CAPÍTULO 62
EL PLUMA
PARA LA LLUVIA
Al comienzo de los sesenta apareció en el
mercado una prenda nueva para protegerse
de la lluvia. Hasta entonces las gabardinas de siempre, modelo trinchera con
sus botones, hombreras y cinturón, y los novedosos impermeables de plexigrás
eran las habituales para esa misión. Los sesenta se caracterizaron por la generalización
del uso de infinidad de prendas de nuevo diseño, bien recibidas por un
incipiente mercado en alza. Los españoles comenzábamos a descubrir la moda y la
sucesión de cambios cada cierto tiempo. La clase media crecía y se apuntaba a
este juego.
Era estudiante de Escuela Técnica en Gijón
cuando, entre esas modas, apareció en
los escaparates de los comercios del ramo el impermeable de plástico. Era muy
ligero. Tanto que se podía recoger, apretado en las manos, y prácticamente
cabía en una de éstas. Apenas se notaba peso alguno, dada su ligereza, protegía
por completo de la lluvia y se podía llevar metido en cualquier tipo de
cartera, bolso o similar. Popularmente se le empezó a llamar el pluma. Y, además, costaba muy poco.
Por esto se extendió por todas partes. Los estudiantes lo usábamos casi todos
en las provincias norteñas. Era mi habitual acompañante al ir a la Escuela y a
los partidos de fútbol en el Molinón.
Era también muy duradero y resistente. En la
mayoría de los casos, tras años de uso, fue arrinconado más por exigencias del paso de moda que de otra cosa. Muy útil
para llevar cuando se iba en moto o bicicleta dado que apenas estorbaba y
resguardaba por completo de la molesta lluvia en esos casos. Lo usé, años más
tarde, para ir a pescar. Fue el fin del viejo pluma que servía para todo. ¡Un
buen invento sin duda!
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