miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 62
EL PLUMA PARA LA LLUVIA

Al comienzo de los sesenta apareció en el mercado una prenda nueva para  protegerse de la lluvia. Hasta entonces las gabardinas de siempre, modelo trinchera con sus botones, hombreras y cinturón, y los novedosos impermeables de plexigrás eran las habituales para esa misión. Los sesenta se caracterizaron por la generalización del uso de infinidad de prendas de nuevo diseño, bien recibidas por un incipiente mercado en alza. Los españoles comenzábamos a descubrir la moda y la sucesión de cambios cada cierto tiempo. La clase media crecía y se apuntaba a este juego.

Era estudiante de Escuela Técnica en Gijón cuando, entre esas modas,  apareció en los escaparates de los comercios del ramo el impermeable de plástico. Era muy ligero. Tanto que se podía recoger, apretado en las manos, y prácticamente cabía en una de éstas. Apenas se notaba peso alguno, dada su ligereza, protegía por completo de la lluvia y se podía llevar metido en cualquier tipo de cartera, bolso o similar. Popularmente se le empezó a llamar el pluma. Y, además, costaba muy poco. Por esto se extendió por todas partes. Los estudiantes lo usábamos casi todos en las provincias norteñas. Era mi habitual acompañante al ir a la Escuela y a los partidos de fútbol en el Molinón.


Era también muy duradero y resistente. En la mayoría de los casos, tras años de uso, fue arrinconado más por exigencias  del paso de moda que de otra cosa. Muy útil para llevar cuando se iba en moto o bicicleta dado que apenas estorbaba y resguardaba por completo de la molesta lluvia en esos casos. Lo usé, años más tarde, para ir a pescar. Fue el fin del viejo pluma que servía para todo. ¡Un buen invento sin duda!

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