CAPÍTULO 4
LOS AÑOS DEL RACIONAMIENTO Y EL ESTRAPERLO
Los años cuarenta, período temporal
inicial que consideramos en este libro, estuvieron marcados por el hambre y las dificultades para abastecerse
de alimentos básicos por parte de la población española. Y esto se configuró,
en la práctica, en el sistema de racionamiento. El paso a los cincuenta no
varió excesivamente la situación, salvo un inicio de recuperación de la
actividad económica en diversos frentes. Los españoles empezamos a sacar la
cabeza del agua, pero éstas eran todavía muy profundas.
La escasez de alimentos era muy grande. Para
intentar paliar la situación el Gobierno franquista puso en marcha el
denominado racionamiento. De este
modo, pasaba a controlar la distribución de toda clase de alimentos, en
especial los básicos para la población. De esta tarea se ocupó la Comisaría
General de Abastecimientos y Transportes. Quedaron establecidas las cartillas
de racionamiento de uso obligatorio para poder adquirir esos productos
alimenticios. Este sistema estuvo vigente entre 1940 y 1952. Existían tres
clases de cartillas: las de primera, segunda y tercera categoría. Las de
primera daban derecho a menos suministros, ya que pertenecían a quienes tenían
mejor situación económica. Las de tercera eran las de familias más pobres. Las
de segunda, en consecuencia, eran para el resto de la población. Esas cartillas
disponían de una serie de cupones que se podían ir cortando para su entrega, a
cambio de la ración de alimentos suministrados, en determinados lugares
establecidos por la Comisaría de Abastos. En muchos pueblos ese reparto se
hacía con camiones del ejército. En 1943 las cartillas pasaron a ser
individuales en vez de familiares.
Se distinguía entre raciones de hombre adulto,
mujer adulta, personas de más de 60 años y niños. Se iban estableciendo unos
cupos semanales que figuraban en carteles o listas colocados en la puerta de
los establecimientos de distribución. Estos variaban con cierta frecuencia,
según las posibilidades reales de entrega de los alimentos por parte de la
Comisaría de Abastos. Cada familia tenía asignado el lugar para surtirse
semanalmente. No se podía adquirir nada, legalmente, en ningún otro
establecimiento ni excederse de las
raciones asignadas.
La ración semanal podía estar formada, a
título de ejemplo, por un cuarto de litro de aceite, 250 gramos de pan, 100
gramos de arroz, 100 gramos de lentejas o garbanzos, jabón de taco y tabaco. Se
añadía, con frecuencia, un kilo de patatas o boniatos y para los niños, algo de
harina y leche. Pero debemos añadir algunas consideraciones al respecto. El pan
no era de trigo, sino que solía ser un chusco de pan negruzco, en el que el
centeno sustituía a aquel. Las legumbres iban acompañadas de tal cantidad de
pequeñas piedrecitas, restos vegetales y hasta de bichos que requerían un
cuidadoso repaso manual, encima de la mesa, para quitarles todas aquellas
impurezas. Los niños de mi generación aprendimos de nuestras madres la forma de
hacer esta tarea de limpieza de las lentejas. Y, con frecuencia, ayudábamos
haciéndola nosotros mismos. El aceite faltaba con mucha frecuencia y había que
recurrir a sucedáneos. En alguna ocasión aparecía en el suministro algo de
membrillo. Y, en bastantes ocasiones, las cantidades antes citadas debían
disminuirse por no haber suficientes suministros para todos.
Estas cantidades de comida eran insuficientes
para la mayor parte de la población, por lo se debía recurrir a intentar
solucionar este déficit alimenticio por otros medios. Quienes tenían parientes
en pueblos y aldeas agrícolas lograban, en ocasiones, acceder a otros alimentos
como las castañas, el pan de maíz o algo más de leche. Pero esto era solamente
posible para unas minorías. A veces se recurría al trueque de unos productos
por otros. Te doy algo de pan y me das un
poco de aceite o cualquier otra proposición. La otra alternativa era la de
acudir al estraperlo o mercado negro. Pero esto solamente era posible para
quienes tuvieran más disponibilidad económica, con frecuencia familias más
ricas y pudientes o afectos al Régimen político imperante, situados en el
aparato administrativo, político y gubernamental.
Antes de considerar el estraperlo y sus
formas, debemos detenernos en la habilidad de las amas de casa para hacer
diversas comidas, frecuentemente aparentes, pero elaboradas con los mínimos
medios posibles. De ahí fueron surgiendo, entre el pueblo, variados platos,
originales y no conocidos anteriormente. Eran fruto de la viveza de las madres
para hacer verdadera magia doméstica con lo poco que tenían en sus despensas o
alacenas. Y, además, se iban propagando por todo el país. Así recuerdo en mi
casa, las patatas viudas, cuyo único
ingrediente eran las patatas como su nombre indica, con algo de colorante. En
otros lugares se denominaban patatas a lo
pobre. La olleta viuda fue otro plato del Levante español con patatas y
garbanzos, bien coloreado para mejorar su aspecto. Y el plato de lentejas,
igualmente viudas ya que no llevaban nada. Éste pasó a ser algo así como el
plato nacional. Pero todo ello, con cantidades pequeñas para cada comensal, ya
que no había la necesaria.
Existían sucedáneos de diversos productos.
Así, la achicoria y la cebada tostada eran utilizadas en lugar del café,
artículo totalmente inexistente en el sistema de racionamiento instituido. Se
utilizó, también, la denominada cascarilla de café. La escasez de tabaco llevaba a muchos a fumar
hojas secas de patata o de otros vegetales. El aceite podía suplirse derritiendo
determinadas mantecas y sebos.
Ante esta gravosa situación, no tardó en
aparecer el estraperlo, antes mencionado. Se trataba de un mercado negro,
surgido al margen del oficial y, por tanto, ilegal y prohibido. Pero, en parte,
porque quienes lo ponían en marcha procuraban hacerlo clandestinamente, a
espaldas de la vigilancia de la Autoridad o por contar con la colaboración o
con la vista gorda de funcionarios de
Abastos o de la Administración Pública, este mercado funcionó en todo el país.
Muchos de los que se dedicaron a esto hicieron buenas fortunas, pasando a ser
realmente ricos. Al final del período de racionamiento, muchas de estas riquezas,
labradas en la posguerra, a costa del hambre de la población, pasaron a
integrarse en otras actividades empresariales legales.
En los lugares en los que se estraperlaba se podían adquirir multitud
de artículos no incluidos en los racionamientos o cantidades superiores y adicionales
de los autorizados para las cartillas. Pero esto tenía un precio, con
frecuencia elevado para las posibilidades del momento, que había forzosamente
que pagar en dinero o en otros productos apetecibles para el estraperlista. En
ocasiones esta actividad era perseguida por las autoridades, sancionando a sus
titulares e, incluso, publicando sus nombres en algún periódico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
AQUÍ PUEDES COMENTAR LO QUE DESEES SOBRE ESTE CAPÍTULO O ESTE LIBRO
El autor agradece los comentarios