miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 61
LA COPA DE COÑAC

Para los jóvenes de mi generación la copa de coñac fue, igualmente, un símbolo. Significaba un inicio y. más tarde, un asentamiento, una costumbre con cierta carga social. Me explicaré. Los hombres de los cincuenta, nuestros padres y los chicos mayores que nosotros, tomaban coñac en determinados momentos y situaciones.  Podía ser en una comida familiar, en una fiesta o, simplemente, acompañando a su café diario y su partidita de dominó o de tute. Los más jóvenes contemplábamos esta costumbre. Era algo que se hacía al llegar  a una edad adecuada. Pero, en ese tiempo, al acabar nuestro bachillerato o iniciar el trabajo a pronta edad, estábamos en un escalón inferior. Tomábamos coca cola, fanta o gaseosas de limón o naranja.

Pero había siempre un día en el que llegábamos a nuestra primera copa de coñac. Cada cual tendrá su historia personal. La mía fue en una fiesta popular, en la de un pueblecito asturiano lleno de encanto. Era en las fiestas del Carmen, su día patronal. Acudía allí con varios amigos, compañeros de estudios de bachillerato desperdigados ya por diversos puntos de España. El reencuentro, un año más tarde, era festivo y alegre, distendido y ocurrente. Nos encontramos con el que había sido director de nuestro colegio. Entramos en un bar del puerto, repleto de vociferantes parroquianos disfrutando del día de fiesta. Fuera, una orquesta tocaba todo un repertorio de pasodobles, boleros, tangos, mariachis... de todo un poco.

Charlábamos alegremente cuando, al pedir la bebida al camarero, el director eligió un coñac. Y todos tras él, quizás para demostrarle y demostrarnos que ya éramos chicos mayores, o sea jóvenes, seguimos su ejemplo. Y así llegó la primera copa de coñac, bebida dificultosamente y a sorbos cortos por todos nosotros. El efecto fue llamativo ya que, tras el apuro de beber aquella copa y dejar al antiguo profe, nos lanzamos sin remilgos al baile en busca de  pareja, pese a no saber bailar. Desde ese momento, la copa de coñac pasaba ya a formar parte de nuestras opciones al pedir una bebida en un bar.

Se tomaba la copa de coñac, de aquellas marcas ya históricas y sumamente populares en esos años. Me refiero al Fundador, al Decano y al Soberano, los más habituales. Solía ser un buen acompañante del café tras la comida. También un recurso en días gélidos e invernales, buscando combatir el frío. Había quien se llevaba una pequeña botella o petaca de coñac a los partidos de futbol. Lo hicimos un día al ir al Bernabeu al ver un España - Inglaterra de altos vuelos y temperatura de frigorífico. Se tomaba en los bailes, sentados en las terrazas y en los cafés en tardes y noches.

Caso aparte, merece su uso como tratamiento contra la gripe. Ignoro por qué, aunque supongo sería por nuestra mayor exposición a toda clase de fríos en esos años, pero las epidemias de gripe llegaban año tras año. Los estudiantes solíamos caer en esa mala costumbre todos ellos de forma casi cíclica. En parte por contagio en las aulas, repletas de personal, o en las pensiones en que vivíamos. También, porque al menor síntoma, uno se sentía ya justificado para hacer novillos y quedarse en la cama, en lugar de madrugar para ir a la aburrida clase de química o de matemáticas. El caso es que llegaba el momento de recluirse en la habitación, con dos jerseys encima y temblores alternados con calores. Era la fiebre que llamaba a nuestra puerta. En esas ocasiones, tras la comida, se armaba uno de valor para acudir al bar más próximo y tomarse un café y una copa  de coñac. Se añadía, generalmente, una aspirina. Tras esto, con el cuerpo ya más entonado, se regresaba a la habitación con la creencia de una curación inmediata que no se producía de ese modo. Pero, durante unos días, se seguía este rito de la copa de coñac. Si se vertía integra en el café, existía la creencia de que el efecto era mayor. Leyendas urbanas, sin duda alguna.

El caso es que la copa de coñac, en esos años cincuenta y sesenta fue algo así como una acreditación pública de la mayoría de edad, de que se había pasado a otro nivel en el escalafón de los hombres en la vida social. Y hasta parecía que las chicas aceptaban esta regla, de forma parecida a lo que pasaba entonces con el tabaco. Al avanzar por la década de los sesenta, los usos sociales mutaron con rapidez. Aparte de la cerveza, que se había tomado siempre, entraron en escena la ginebra y el ron. Y poco más tarde, llegamos a los dos grandes triunfadores de esos y bastantes años posteriores: la gin tonic y el cuba libre, actualmente redenominado, éste último, como cubata, eliminando eso de libre que parece ser no viene al caso.

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