miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 52
LOS PIROPOS

Los orígenes de esta práctica, muy española, habría que bucearlos en la historia y costumbres de nuestro pueblo, ahondando bastantes siglos posiblemente. Hasta los profundos cambios sociales que se fueron produciendo, paralelamente a la mejora económica, al ascenso de las clases medias y a la importante subida de los niveles culturales de la población, a partir de los años sesenta y setenta, el piropo formaba parte de lo más costumbrista de nuestro país. Tanto que las guías de turismo en España, editadas en otros países, advertían a sus ciudadanos de que en sus visitas a la Península Ibérica se encontrarían con dos inveteradas costumbres, desconocidas para ellos: las propinas y los piropos a las mujeres. Explicaban además en qué consistían ambas y cómo debían considerarlas.

El piropo o requiebro era, en teoría, una manifestación exclamativa de admiración por una mujer o por alguno de sus atributos. El piropo podía ser referido tanto a lo meramente físico como a lo inmaterial. Se podía loar su figura, sus ojos o la belleza de su rostro. Pero también su donaire, su andar, su duende o su elegancia, por poner ejemplos dispares. También cabía dentro del piropo, en sus versiones populares, exclamaciones tales como viva la madre que te parió o similares. Toda una amplísima gama de frases o expresiones que tanto podían sonrojar como elevar el ego de la que era objeto del piropo. Imagino el escándalo que posiblemente esto provoque, actualmente,  tanto en la mujer como en las feministas. Era una cultura profundamente machista o, si se quiere ver de este modo, falta de cultura. Era otro mundo masculino y femenino.

No todos los hombres, ni mucho menos, practicaban esta especie de deporte nacional. Había gremios muy especializados en esto. Una vez más, los albañiles y obreros de la construcción, que trabajan a pie de calle o  en alturas dominando el panorama, se llevaban la palma. Eran quienes más piropos lanzaban. Los había que no dejaban chica que pasase por allí sin su correspondiente reclamo en forma de requiebro. Alguno de estos provocarían la hilaridad femenina de no ser por aquello de guardar las formas. Y es que los había muy ingeniosos, aunque la mayoría iban más por el lado soez y populachero. Otros gremios laborales no se quedaban atrás, aunque esta costumbre se repartía irregularmente, sin orden ni concierto, entre la población  masculina.


Madrid, con su toque castizo que ha sido inmortalizado en sus zarzuelas, Andalucía y el Mediterráneo eran zonas geográficas más proclives al piropo. El Norte de España y sobre todo el interior de la Península era donde menos se prodigaba. Como ya se dijo antes, los cambios culturales y sociales sobrevenidos a partir de mediados de los años sesenta hicieron desaparecer en gran parte esta costumbre, unido esto también al ascenso indudable de la mujer en la sociedad española y a la estigmatización pública de los comportamientos considerados como machistas.

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