CAPÍTULO 52
LOS PIROPOS
Los orígenes de esta práctica, muy española,
habría que bucearlos en la historia y costumbres de nuestro pueblo, ahondando
bastantes siglos posiblemente. Hasta los profundos cambios sociales que se
fueron produciendo, paralelamente a la mejora económica, al ascenso de las
clases medias y a la importante subida de los niveles culturales de la
población, a partir de los años sesenta y setenta, el piropo formaba parte de
lo más costumbrista de nuestro país. Tanto que las guías de turismo en España,
editadas en otros países, advertían a sus ciudadanos de que en sus visitas a la
Península Ibérica se encontrarían con dos inveteradas costumbres, desconocidas
para ellos: las propinas y los piropos a las mujeres. Explicaban además en qué
consistían ambas y cómo debían considerarlas.
El piropo o requiebro era, en teoría, una
manifestación exclamativa de admiración por una mujer o por alguno de sus
atributos. El piropo podía ser referido tanto a lo meramente físico como a lo
inmaterial. Se podía loar su figura, sus ojos o la belleza de su rostro. Pero
también su donaire, su andar, su duende
o su elegancia, por poner ejemplos dispares. También cabía dentro del piropo,
en sus versiones populares, exclamaciones tales como viva la madre que te parió o similares. Toda una amplísima gama de
frases o expresiones que tanto podían sonrojar como elevar el ego de la que era
objeto del piropo. Imagino el escándalo que posiblemente esto provoque,
actualmente, tanto en la mujer como en
las feministas. Era una cultura profundamente machista o, si se quiere ver de
este modo, falta de cultura. Era otro mundo masculino y femenino.
No todos los hombres, ni mucho menos,
practicaban esta especie de deporte nacional. Había gremios muy especializados
en esto. Una vez más, los albañiles y obreros de la construcción, que trabajan
a pie de calle o en alturas dominando el
panorama, se llevaban la palma. Eran quienes más piropos lanzaban. Los había
que no dejaban chica que pasase por allí sin su correspondiente reclamo en
forma de requiebro. Alguno de estos provocarían la hilaridad femenina de no ser
por aquello de guardar las formas. Y es que los había muy ingeniosos, aunque la
mayoría iban más por el lado soez y populachero. Otros gremios laborales no se
quedaban atrás, aunque esta costumbre se repartía irregularmente, sin orden ni
concierto, entre la población masculina.
Madrid, con su toque castizo que ha sido
inmortalizado en sus zarzuelas, Andalucía y el Mediterráneo eran zonas
geográficas más proclives al piropo. El Norte de España y sobre todo el
interior de la Península era donde menos se prodigaba. Como ya se dijo antes,
los cambios culturales y sociales sobrevenidos a partir de mediados de los años
sesenta hicieron desaparecer en gran parte esta costumbre, unido esto también
al ascenso indudable de la mujer en la sociedad española y a la estigmatización
pública de los comportamientos considerados como machistas.
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