CAPÍTULO 54
JUEVES: NIÑOS, CHACHAS Y SOLDADOS
Durante las dos primeras décadas del período
temporal que estamos considerando, en nuestro país era habitual, porque así
estaba establecido, que los jueves por la tarde no fuese lectivo. En
consecuencia no había clases en los colegios. Era un pequeño alivio en una
semana escolar que iba de lunes a sábado. Esto propiciaba que en esos días una
multitud de niños y niñas inundase las calles para jugar, a discreción. Se
llenaban las rúas y las plazas de partidos de futbol, niñas saltando a la
cuerda, pequeños correteando por doquier, en una pequeña marabunta.
Aunque muchos de esos chiquillos solíamos ir solos
para esos juegos, simplemente sujetos a la voz de nuestras madres para exigir
nuestra retirada a casa a la caída de la tarde, había otros que iban
acompañados de sus madres o de sus chachas. Y, en aquellas ciudades en las que
había población militar, eran estas criadas o mujeres del servicio doméstico
las que protagonizaban la escena que paso a narrar.
Era habitual, igualmente, que los soldados que
hacían el servicio militar en los cuarteles saliesen a la calle, de paseo o de
tiempo libre, los jueves por la tarde. Como
vemos esas tardes, a mitad de semana eran las escogidas para el descanso
de una parte de la población: infantes y soldados. Esto propiciaba una imagen
muy típica de esos años. En los parques, jardines y otros lugares de
esparcimiento, cuando el tiempo lo permitía, era frecuente ver a soldados en
alegre conversación con las chachas que vigilaban a los niños a su cargo. Esta
imagen, en la que se iba desde el más simple flirteo hasta el ligue de los
jueves, pasando por el aluvión de piropos, se podía contemplar en esas
ocasiones. Se juntaban así el desparpajo, con frecuencia ingenuo y paleto, de
los mozos en filas con la esquiva atención de las muchachas. De sobra sabían
éstas de lo pasajero e inestable de aquellas declaraciones de admiración hacia
su belleza o simpatía y hasta de amor eterno. Muchos de esos chicos, con novia
en sus pueblos de origen, solamente buscaban pasar el rato o alardear delante
de sus compañeros de cuartel. Y además, el grupo hace siempre manada. Y todo
eso era sobradamente conocido por esas chicas que, normalmente, ya habían visto
desfilar otras galerías de admiradores y pretendientes en anteriores hornadas
de soldados.
Pero estas escenas han sido inmortalizadas,
entre otras formas, por infinidad de tarjetas postales que se vendían profusamente
en los quioscos de esos años. La llegada de los sesenta, con otros modos de
trato entre los jóvenes, unida a la progresiva desaparición de acuartelamientos
en muchas ciudades, hizo que desaparecieran estas curiosas estampas urbanas de
chachas y soldados.
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