jueves, 3 de octubre de 2013

CAPÍTULO 35
LA BOTELLA DE AGUA O DE ARENA PARA CALENTAR LA CAMA

Ya hemos citado en otro lugar que las casas no estaban demasiado preparadas para luchar contra el frío en la España de entonces. Por este motivo, los inviernos se hacían notar mucho más que en la actualidad, en especial en las zonas del Norte y Centro de la Península. Si a esto se unen períodos de varios años con duros inviernos, llegaremos con facilidad a la conclusión que éste era uno de los problemas básicos para mucha gente. Pese a que, por otra parte, esto forzaba a endurecerse más y soportar mejor lluvias abundantes y temperaturas bajas, era algo con lo que había que convivir.

Posiblemente, en muchos hogares españoles de esos años, uno de los momentos más duros era el de acostarse en camas prácticamente heladas. Y en las provincias costeras del Norte, además de esto, húmedas. Puedo asegurar, porque así lo viví, incluso muy húmedas. Las sábanas atrapaban parte de la humedad ambiental y la ausencia de elementos de calefacción en las casas, añadían el frío ambiental en la habitación. Frente a esto, se arbitraban diversas soluciones, más o menos prácticas y eficaces.

Una de ellas era el disponer de una o varias botellas de vidrio rellenas de agua, previamente calentada. Estas botellas se metían en la cama, entre las sábanas, y la calentaban lo suficiente como para sentir un cierto bienestar. Si se envolvía la botella en una toalla o un trapo y se dejaba a los pies, ese bienestar aumentaba considerablemente. El principal problema era que se enfriaba con cierta rapidez. Además, había que tener cuidado que no se abriese y se destapase, vertiendo el líquido por la cama.

Una variante a esto era el rellenar la botella con arena de la playa o similar. Tardaba más en calentarse, pero una vez en ella, sus efectos duraban mucho más y su calor era más agradable. En ocasiones se usaba, y esto era lo que se hacía en mi casa, una cantimplora en lugar de la botella de vidrio. Se rellenaba de arena y se metía en la cama. Aparte de eliminar el riesgo de rotura o apertura de la botella, el calor duraba toda la noche. Con frecuencia, por la mañana, todavía estaba algo caliente. En casa, esta única cantimplora iba pasando por todas las camas cada noche.

A veces, esto solía pasarnos en las pensiones de estudiante en las que no había nada capaz de calentar aquellas gélidas camas. El único recurso era acostarse con unos calcetines, para quitarlos más avanzada la noche. Y mejor de lana que de otro tejido.  Ya he contado en otro lugar de este libro, que en una de mis pensiones llegué a introducir durante un rato, en la cama, el flexo de la luz. Hacía una especie de pequeña tienda de campaña, con una larga regla haciendo de palo central y cuidando que el flexo no corriese el peligro de caer sobre la sábana y quemarla. Se lograba, al menos, eliminar parte de la humedad de aquellas heladas sábanas de mi pensión gijonesa.


Todo esto, claro está, desapareció al introducir en las casas las primeras estufas eléctricas primero y de butano más tarde. Los españoles, por fin, dejamos de pasar frío en las casas y en la cama. Pero esto ya sucedió, poco a poco, a partir de mediados de los cincuenta.

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