miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 58
LAS BOQUILLAS PARA FUMAR

Fumadores los ha habido siempre desde que apareció el tabaco entre los humanos. Los años que abarca este libro no fueron ninguna excepción, sino todo lo contrario. Basta para atestiguarlo la visualización de películas, españolas o americanas de la época. Puede verse en ellas a los protagonistas masculinos siempre con el cigarro en la mano. En cambio y como es sobradamente conocido, las mujeres fumaban muy poco y casi a escondidas. El tabaco estaba profundamente metido en los usos sociales y formaba parte del rol masculino. Esto era así, hasta el punto que un joven que no fumase, aparte de la gran dificultad para mantener ese status de no fumador, se veía sometido a un profunda presión de su entorno y ambiente de amistades y laboral. No fumar no estaba demasiado bien considerado, incluso por bastantes chicas que alababan el olor del tabaco, en especial del rubio.

Pero, paralelamente a esto, muchos fumadores se debatían en sus intentos de dejar de fumar o disminuir los efectos del tabaco que todos, en su fuero interno, intuían que no debía de ser muy bueno para sus pulmones y su organismo. Por esto, proliferaban métodos e intentos disuasorios del uso del tabaco. Y entre estos, era la boquilla de fumar el más aceptado.


Aunque había boquillas de muy diversas formas, en esencia era poner un filtro intermedio entre la boca y el cigarro, con el propósito de eliminar la dosis de nicotina. De este modo el fumador seguía con su tabaco y disfrutaba del placer de fumar, evitando efectos nocivos en sus pulmones. Entre los innumerables fumadores que pensaron encontrar en la boquilla el remedio a esos efectos nocivos, estaba mi padre. Por eso pude seguir de cerca todo el proceso. Desde el entusiasmo inicial, animado por la publicidad en la prensa de aquellas boquillas, provistas de su filtro, hasta el abandono absoluto y desanimado final. Todo esto pasando por las pruebas diversas y la convicción de que fumar así no era lo mismo. La incomodidad de llevar la boquilla, ponerle los filtros y fumar con ella, no compensaba del efecto que producía en los demás el abandono de la rudimentaria técnica del cigarro en los labios. El método, como sucedía a la mayoría, no funcionó y, como tantos otros, pasó a fumar intentando no tragar el humo. Mientras, los anuncios seguían invitando a diversos procedimientos para fumar menos o dejar de fumar.

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