LAS BOQUILLAS PARA FUMAR
Fumadores los ha habido siempre desde que
apareció el tabaco entre los humanos. Los años que abarca este libro no fueron
ninguna excepción, sino todo lo contrario. Basta para atestiguarlo la
visualización de películas, españolas o americanas de la época. Puede verse en
ellas a los protagonistas masculinos siempre con el cigarro en la mano. En
cambio y como es sobradamente conocido, las mujeres fumaban muy poco y casi a
escondidas. El tabaco estaba profundamente metido en los usos sociales y formaba
parte del rol masculino. Esto era así, hasta el punto que un joven que no
fumase, aparte de la gran dificultad para mantener ese status de no fumador, se
veía sometido a un profunda presión de su entorno y ambiente de amistades y
laboral. No fumar no estaba demasiado bien considerado, incluso por bastantes
chicas que alababan el olor del tabaco, en especial del rubio.
Pero, paralelamente a esto, muchos fumadores
se debatían en sus intentos de dejar de fumar o disminuir los efectos del
tabaco que todos, en su fuero interno, intuían que no debía de ser muy bueno
para sus pulmones y su organismo. Por esto, proliferaban métodos e intentos
disuasorios del uso del tabaco. Y entre estos, era la boquilla de fumar el más
aceptado.
Aunque había boquillas de muy diversas formas,
en esencia era poner un filtro intermedio entre la boca y el cigarro, con el
propósito de eliminar la dosis de nicotina. De este modo el fumador seguía con
su tabaco y disfrutaba del placer de fumar, evitando efectos nocivos en sus
pulmones. Entre los innumerables fumadores que pensaron encontrar en la
boquilla el remedio a esos efectos nocivos, estaba mi padre. Por eso pude
seguir de cerca todo el proceso. Desde el entusiasmo inicial, animado por la
publicidad en la prensa de aquellas boquillas, provistas de su filtro, hasta el
abandono absoluto y desanimado final. Todo esto pasando por las pruebas
diversas y la convicción de que fumar así no era lo mismo. La incomodidad de
llevar la boquilla, ponerle los filtros y fumar con ella, no compensaba del
efecto que producía en los demás el abandono de la rudimentaria técnica del
cigarro en los labios. El método, como sucedía a la mayoría, no funcionó y,
como tantos otros, pasó a fumar intentando no tragar el humo. Mientras, los
anuncios seguían invitando a diversos procedimientos para fumar menos o dejar
de fumar.
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