viernes, 4 de octubre de 2013

CAPÍTULO 19
MI GENERACIÓN Y LA POLÍTICA

Este capítulo, imprescindible en este libro, es sin embargo bastante difícil de escribir. Esto es así, básicamente, porque sería necesario dedicar mucho espacio para desarrollarlo correctamente y con fidelidad a la realidad. Sería preciso todo un libro. Pero pretendo hacerlo en unas pocas páginas y de ahí la dificultad. Por otra parte, debo seguir la misma pauta que en el resto. No se trata de un libro de historia contemporánea ni un tratado de la sociología española de los años tratados. Es un simple compendio de recuerdos. En gran parte vivencias del autor y algunas cuestiones oídas o leídas a lo largo de décadas. Por tanto, no oculto la tasa de subjetividad que este libro contiene sin duda alguna. Ahora bien, trato, capítulo a capítulo, de ser lo más objetivo posible en mis relatos simplemente plasmando ese caudal de hechos y acontecimientos vividos en primera persona. Y de las sensaciones que he tenido y experimentado.

Y tras esta breve introducción aclaratoria, entramos en este interesante tema. En primer lugar, he de recordar que al inicio de los cuarenta, al igual que al finalizar la contienda civil española, casi todos los hogares del país estaban teñidos por la política. Con distinto nivel de penetración ideológica, pero muy influidos por los acontecimientos vividos y sufridos desde 1936. En realidad, podríamos decir que, la mayoría de esos hogares ya venían marcados desde ese fatídico año y, aún más, desde tres o cuatro años antes. La fuerte y antagónica división entre derechas e izquierdas, que ya venía de lejos, estaba dentro de muchas familias hispanas en esos años. La radicalización hacia los extremos en las izquierdas y derechas fue muy fuerte y así se llegó al 18 de julio  de 1936. El final de la guerra dejó, como antes dije, muy marcados a todos. Unos, pertenecientes, allegados o seguidores del bando vencedor en la contienda – el de las derechas – y otros estigmatizados en la calle, escondiendo en sus casas sus simpatías, su afiliación o sus anteriores vivencias en la izquierda. Y  una gran masa de gentes, distribuida por todo el país, apolíticas en inicio y volcadas solamente en su trabajo y su familia, ajenas a las luchas políticas pero arrastradas por el huracán de la guerra. Llevadas a uno u otro bando por el azar de las circunstancias de cada uno de sus miembros.

En los años cuarenta, por tanto, había una derecha que mostraba su victoria y se asentaba en el poder, exhibiendo, podríamos decir, su rol de vencedores. Y una izquierda aparentemente inexistente – dentro del país se entiende y no en el exilio – pero con una importante presencia dentro de muchos hogares. Esto era algo así como un brasero o los restos de una hoguera, que pareciendo apagada y sin fuego alguno, mantenía sus brasas encendidas bajo la costra opaca de la ceniza. Dicho de otro modo, en las familias de derechas se hablaba de la vida política y de los acontecimientos del día a día ligados a ésta con naturalidad y sin trabas. Con las ventanas abiertas podríamos decir. Mientras que en las de izquierdas, la manifestación de sus ideas se hacía a puertas y ventanas cerradas, dentro de sus propias casas y en su íntimo ambiente. Puede parecer algo de caricatura lo que acabo de escribir, pero creo es aclaratorio de la realidad.

Y, antes de proseguir, hay que mencionar dos circunstancias muy relevantes. La primera es que la sociedad española no quedó dividida, tras la guerra, en compartimentos estancos. La amplitud de aquella y la habitual dispersión geográfica, hizo que en muchas familias se participase de ambas ideologías. Me refiero al hecho de convivir, con más o menos armonía, individuos de derechas e izquierdas en la misma familia. Esto fue muy frecuente, aunque no lo parezca. Mi propia experiencia personal lo asevera así. En mi familia, como en miles y miles de hogares hispanos, hubo quien luchó en un bando y quien lo hizo en el otro. Unos miembros vivieron y sufrieron la contienda en ciudades o pueblos rojos y otros en los azules, utilizando la terminología acuñada ya desde los años treinta. Esta paradójica situación tuvo mucha relevancia en la vida española a lo largo de las décadas siguientes.

La otra cuestión a la que me quiero referir es la del hartazgo, de la indiferencia y hasta del rencor hacia la política y sus manifestaciones partidistas. En muchas familias españolas, las consecuencias de la guerra sobre ella, en forma de muertos, heridos, inválidos, pérdida de sus casas, bienes y propiedades, desplazamientos de población, empobrecimiento, hambre y toda clase de calamidades fue inmensa. Por eso generó en muchos un asco hacia la política y los políticos en general, atribuyendo a estos la culpabilidad de los males padecidos. Y como consecuencia, una profunda indiferencia por la vida política del país. Y esto se unía a la permanente campaña de descrédito hacia los partidos y de los sistemas basados en ellos, propiciada por la propaganda de la ideología falangista y del gobierno de Franco. Los partidos políticos eran acusados de ser los culpables de todos los males de España, a consecuencia de la continua lucha entre ellos para obtener la hegemonía a cualquier precio, despreciando los intereses de los ciudadanos en beneficio propio. Los partidos, además, estaban prohibidos por el régimen. En consecuencia, la bolsa de hogares apolíticos, desinteresados de la vida pública, y volcados solamente en sí mismos y sus cosas, era muy grande.

En la década de los cuarenta, mi generación estaba transitando por la infancia. Por tanto, nuestras percepciones de la vida política fueron escasas. Posiblemente se resumen, cuanto más, en conversaciones escuchadas en casa a los padres, familiares y amigos. Por el contrario, en los años cincuenta fueron ya importantes. En esa década de infancia y juventud de todos nosotros, participamos pasivamente de esas corrientes ideológicas y políticas que circulaban por el subsuelo de cada hogar, tal como antes describimos. Era frecuente, en esos años, que en las reuniones familiares o de amigos en las casas, en la calle o en cualquier lugar las conversaciones girasen con cierta frecuencia en recuerdos de los años de la guerra o de la posguerra. Cada cual contaba sus experiencias, anécdotas, cómo le había ido y hasta magnificaba sus relatos convirtiéndolos en las famosas historias de papá o del abuelo. Como siempre suele suceder en la vida, con frecuencia se olvida o se desfigura lo malo del pasado y se aumenta o se exalta lo positivo, lo alegre o lo que solemos llamar bueno.

En mi caso particular, durante esa década, escuché con frecuencia largas conversaciones en mi casa o en las de otros amigos sobre temas políticos y de esa guerra pasada. Las familias empleaban parte de su tiempo libre, en especial los domingos, a visitar amigos y conocidos o recibir esas visitas en sus casas. Los niños íbamos en el paquete. Pero, aunque nuestro mundo, tendía a ser el de los juegos en la calle o en el patio, si la casa lo tenía, con frecuencia debíamos permanecer un tiempo junto a los mayores.

Por tanto, fue una década en que fueron sedimentando en nuestras mentes todo ese caudal de vivencias familiares, de relatos, de anécdotas, de historias, de manifestaciones políticas de nuestros mayores. Y creo no equivocarme mucho si afirmo que eso provocó dos tipos de reacciones distintas. En unos casos, formaron unas ideas que llenaron nuestras mochilas intelectuales al entrar en nuestra juventud. En otros, provocaron rechazos al unirse con las naturales rebeldías de la adolescencia y primeros años jóvenes.

En la vida colegial de los cincuenta, en los ambientes de estudiantes de bachillerato en los que me movía, comenzaron a aparecer nuestros primeros pensamientos políticos. Fue al hilo de nuestro crecimiento, al ir alcanzando esa última parte de los estudios una vez superada la reválida de cuarto. Guardo perfectamente el recuerdo de las primeras discusiones de matiz político en los tiempos de recreo o en horas de clases fallidas por ausencia de profesor. Y curiosamente, el centro del debate incipiente estaba en los americanos. Sin duda, el papel preponderante de los EEUU de América en esa época, tras la II Guerra Mundial, unido a la expansión del comunismo y la fortaleza de la URSS, fueron determinantes a la hora de polarizar nuestros juicios y opiniones. Se discutía, con frecuencia, sobre la bondad o maldad del papel y actuaciones de los americanos en el mundo y, algunos, comenzaban a sentir simpatías por los rusos. La ingenuidad de esos primeros años de juventud permitía ese debate acalorado y casi a gritos en el patio del colegio entre unos y otros. Pero siempre había alguno mayor que, con más experiencia, aconsejaba acallar el tema y dejar a los rusos en paz. No era tema recomendable en público en esos años.

Había, también, jóvenes que mostraban un gran interés por la Falange y sus principios. Pero eran bastantes menos de lo que se pudiera pensar, pese a la ostentosa presencia de esa institución en la vida española. Además, como es sabido, era fuerte esa presencia en los planes académicos por medio de las asignaturas de Formación del Espíritu Nacional y de Educación Física. Ambas solían estar en los centros de enseñanza,  tanto para chicos como para chicas, en manos de miembros de la Falange o de la Sección Femenina de esa organización. Pero, en gran parte por esa presencia en la vida escolar, integrando dos asignaturas que también había que superar – aunque los aprobados generales eran habituales en ellas – y con la obligatoriedad de asistir a sus clases, se produjo un rechazo generalizado a las ideas que propugnaban. Realmente, pese a que una parte importante de la juventud española de esos años participaba en campamentos, deportes y toda clase de actividades organizadas por la Falange, eran pocos los que asumían y hacían suyo sus idearios.

Éste aparecer y estar la Falange en todo, se unía a los propios hábitos impuestos por el régimen de Franco en la vida española. El ejército tenía una relevancia muy grande y lo militar lo impregnaba todo. En cualquier ciudad se veían militares por todas partes, en calles, plazas y parques. Era lo normal encontrarlos, máxime en las ciudades - cabecera de Regiones Militares. A este respecto puedo indicar alguna de mis experiencias sobre esto. Entre los 7 y 10 años de edad residí, como ya he indicado en otro lugar, en Melilla, ciudad o plaza del Protectorado Español en el Norte de África. Muchos domingos salía de paseo con mis padres por la ciudad y a determinada hora sonaban las cornetas. La gente se detenía en el lugar en el que estuviese en ese instante. Podía ser en la acera, en el medio de la calle o en la terraza de un bar. Todos se ponían en pie mirando hacia la dirección en la que se estaba arriando la bandera nacional. Brazo en alto todos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, escuchábamos el himno nacional. Al terminar cada cual continuaba en lo que estaba. Esta imagen fue universal en toda España durante años. El izar y arriar la bandera y los toques del himno nacional eran sagrados y de obligada actitud de escucha y respeto.

Otra imposición del Régimen imperante, que hoy resulta realmente llamativa, es todo aquello que había de ir en los escritos oficiales de cualquier clase. También de los dirigidos a la Administración. Así, las expresiones de Por Dios, España y su Revolución Nacionalsindicalista, Viva Franco, Arriba España, eran obligadas para terminar el escrito u oficio. Con frecuencia se utilizaba el término camarada. Y algo totalmente insoslayable para acceder a puestos oficiales en la Administración era el acatamiento y jura de los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. Éste trámite, era requisito indispensable para ocupar cargos de funcionario y para ejercer profesiones de carácter público.

La guerra civil trajo consigo otra cadena de dramas personales muy grande. Me refiero a todos aquellos represaliados políticamente, que fueron expulsados de cuerpos del Estado y obligados a dejar sus puestos de trabajo. En este caso, se encontraron bastantes españoles de la generación de nuestros padres o abuelos, por su militancia o simpatía con partidos de izquierdas o por su afinidad, real o supuesta, con estos. La gran extensión que la delación había tenido en los años de guerra civil española, en ambas zonas combatientes, que afectó a muchos compatriotas de ideas o vivencias de izquierda o derechas, o simplemente sin ninguna idea política, contribuyó a esa marea de represalias antes citadas.

Hacia los últimos años de los cincuenta y principio de los sesenta, toda mi generación comenzó a vivir su propia vida en el ámbito estudiantil o en el del trabajo. Fue en el primero de ellos, que es en el que me adentré, donde las manifestaciones políticas afloraron con más fuerza. Por eso, me centraré en él. Esa etapa, en la primera mitad de la década de los sesenta, se desarrolló, en mi caso, en Gijón. Como es de sobra conocido, Asturias, en la revolución de Octubre de 1934, se alineó mayoritariamente con la izquierda. En especial, con el partido comunista y las diversas variantes y facciones más a su izquierda en el espectro político. Muchas familias de las cuencas mineras y de las zonas de industria pesada y los astilleros – lo que englobaba a una parte muy amplia de la población – se afiliaron o simpatizaron con esas opciones políticas. Tras la guerra civil, en la que se significaron inicialmente por esa militancia de izquierdas, sus ideas y sentimientos políticos quedaron encerrados, en la mayoría de los casos, en el interior de los propios hogares, cuando no en la mayor intimidad personal. No cabe duda que era peligroso manifestar públicamente esa militancia o esas simpatías tras la derrota en la guerra civil de las izquierdas.

A su vez, pasados ya bastantes años desde esa contienda y ante una cierta normalización de la vida y costumbres de la población, las nuevas generaciones – la nuestra entre ellas – provocaron la fusión en la calle, en el trabajo, en los centros estudiantiles, de todos los chicos y chicas, al margen de la ideología que tuviesen. En mi caso personal, esto significó que la Escuela de Peritos Industriales de Gijón albergaba, en cada curso o promoción, todo tipo de gentes, procedentes de diversos pueblos y ciudades, totalmente hermanados por la camaradería y el compañerismo estudiantil. Nadie preguntaba a nadie acerca de sus ideas políticas que, habitualmente, no se exteriorizaban ni manifestaban. Pero, cada uno las llevaba dentro si es que las tenía. Y muchos llevaban, también, la huella de las experiencias familiares  vividas.

Entre mis amigos de ese tiempo, compañeros de curso, abundaban los que eran claramente de izquierdas. La mayoría no lo manifestaba en el día a día, pero esto surgía en determinados momentos. Uno de ellos, con quien hacía láminas de dibujo en ocasiones, era declaradamente comunista. Su padre, trabajador de unos astilleros asturianos, lo había sido también. Y en su casa ese era el clima político. En otros afloraba siempre su sentimiento o su atracción por el socialismo. Alguno optaba más por la derecha, mientras el resto pasaba por completo de la política y se mantenía al margen. Pero nuestra amistad estaba por encima de todo, manteniéndonos en una perfecta convivencia. A veces algún acontecimiento ponía a prueba ese amistoso compañerismo. Así sucedió un día en que, caminando en grupo por las calles gijonesas, nos topamos en una plaza con un acto de exaltación falangista. La plaza bastante llena de gente, atrajo de inicio nuestra atención. Pero los ánimos se alteraron fuertemente al detectar de qué se trataba y ver las banderas y los uniformes de la Falange. Nuestro grupo salió de esa plaza al instante, envueltos en discusión política. Pero no era esto lo habitual. Cada cual llevaba dentro sus ideas, sedimentadas o no, y no las exteriorizaba, salvo excepciones, ni en la Escuela ni en la calle.

A partir de la muerte de Franco, en 1975, vi surgir con fuerza, a mí alrededor, en la empresa en que trabajaba, las nuevas centrales sindicales. CCOO y UGT lideraron ese movimiento que aglutinó a una serie de trabajadores que venían preparándose bajo la superficie política del final del franquismo. Entre otras cosas, se desarrolló una larga cadena de huelgas que ya no cesaron en los siguientes años de esa década. Y esto sucedió por todo el país, al tiempo que los españoles íbamos tomando posiciones con nuestras opciones políticas. Pero fue necesario que el espectro se fuese clarificando y que los partidos que iban surgiendo diesen a conocer sus programas y su ideología de base. Sólo de ese modo la gran masa de la población hispana pudo estar en condiciones de saber en dónde se colocaba, dentro de ese abanico de opciones. Habían sido muchos años de carencia de participación política y hasta de pensamiento político, ante la condena frontal que el Régimen hizo del sistema de partidos y la prohibición de los mismos y de sus actividades.

Mientras esto sucedía en mi entorno, en otros lugares pasaban otras cosas. Lo más llamativo fue el hecho de que esta convivencia, de la que he comentado cómo fueron las cosas a mí alrededor, se rompió por completo en otros lugares. Principalmente en la Universidad o, mejor dicho, en algunas universidades. Un compañero de trabajo que tuve hacia 1980, que había sido expulsado de la Universidad en Madrid, en unas de aquellas fuertes revueltas estudiantiles del final de los sesenta, me narró con toda amplitud esos sucesos. Es evidente que esa década nos situó a los españoles en un amplio debate ideológico y político, lleno de confrontación y discrepancias.

Al final de la década de los setenta, España entró en una verdadera convulsión política, tras la muerte de Franco en 1975. Todo el país inició una dinámica de entusiasta participación política que culminó con la aprobación de la Constitución Española de 1976 y las primeras elecciones democráticas, en 1977. Y, una vez que ya estaban legalizados todos los partidos políticos de izquierda, la movilización fue muy amplia y la exhibición de las respectivas militancias pasó a ser algo bastante normal. Esas elecciones de 197,  pusieron de manifiesto cuales eran las opciones, en ese momento, mayoritarias. Una parte mayoritaria del electorado optó por la moderación y el centrismo. También con la reconciliación de todos los españoles y el cerrar ya definitivamente heridas pasadas, para emprender una senda nueva, iniciando el libre juego de partidos y opciones políticas de todo signo. El partido Unión de Centro Democrático, de reciente creación y con su candidato Adolfo Suárez al frente, resultó ganador. Los españoles, entre los que nos contamos los de la generación de la posguerra, iniciamos así una nueva senda en la historia de España: la democrática.



Resultados de las elecciones de 1977, para el Congreso de los Diputados, en una mesa electoral




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