viernes, 4 de octubre de 2013

CAPÍTULO 16
EL BACHILLERATO

Las enseñanzas de bachillerato fueron, durante décadas, lo más relevante de los estudios de nuestra generación. Tener o no tener el bachillerato era clave tanto para proseguir los estudios medios o superiores, como para acceder a muchos puestos de trabajo. Pero en un país empobrecido al máximo, al final de la guerra civil, eran pocas las familias que podían afrontar estos estudios. Y tanto por las posibilidades económicas para sufragar sus costes en un colegio privado, como para prescindir del trabajo del menor y su obtención de ingresos que ayudasen a la economía de sus casas. En los años cuarenta y cincuenta, un elevado número de chicos y chicas comenzaban a trabajar a partir de los catorce años. Y, por otra parte, en el mundo rural una gran parte de los niños, o bien no iban a la escuela y se convertían en analfabetos o iban un breve período de tiempo pasando, en cuanto podían, a ayudar en las tareas agrícolas y ganaderas de sus familias. Lo mismo sucedía en el sector pesquero.

En estas circunstancias, lograr estudiar el bachillerato, en esas dos décadas, era una verdadera conquista social de los padres, que solían estar orgullosos de alcanzar esa situación. Salvo una minoría de familias ricas y pudientes, cuyos hijos iban a los mejores colegios, el resto de los que lo hacían era a base de esfuerzos económicos grandes o sufragados por alguna beca oficial. En las capitales de provincia, al haber institutos públicos oficiales, en los que los costes se hacían más accesibles, eran más los chicos que lograban alcanzar esos estudios. No sucedía así en el resto de poblaciones en las que, a lo sumo, había algún colegio privado, prohibitivo para la mayoría de los padres. Otro recurso en estos pueblos era enviar a sus hijos a un colegio o instituto de la capital de la provincia o de otra ciudad. Pero esto, salvo que el alumno pudiese vivir en casa de algún familiar que residiese en esa localidad, era muy caro por añadirse a los gastos del propio colegio y enseñanza, los de la residencia y manutención.

Con estas breves pinceladas, queda expuesta la dificultad grande de acceder a los estudios de bachillerato en esos años que transcurrieron desde el final de la contienda civil al inicio de los sesenta, por marcar una época en la que se dio esta penosa situación. He de añadir que en muchos colegios privados, la mayoría de ellos religiosos, era frecuente la ostentación de clase social, las diferencias marcadas entre los propios alumnos y hasta, en ocasiones, fomentadas y vividas así, en forma clasista, por algunos directores y profesores. En esos años la distancia, en la vida social y económica, entre las clases ricas y el resto era muy grande, al tiempo que existía una férrea barrera entre ambas clases. Máxime, si tenemos en cuenta que las clases medias prácticamente no existían en España en esos años. Es, precisamente, la segunda mitad de los cincuenta la que marca el nacimiento de esa clase media y su lento progreso hacia una mejora económica que les haría salir de la pobreza. Pero ese movimiento y desarrollo social no se culminaría hasta muy avanzados los sesenta  e incluso, en bastantes casos, los setenta.

Queda así bien asentado el comentario inicial de la alegría y el entusiasmo de aquellos padres que lograban que sus hijos estudiasen el bachillerato. A partir de eso, la casuística fue muy  variada. Trataré de desgranarla en base a mis propias experiencias personales y las de amigos y conocidos.

La enseñanza en nuestro país tenía un primer tramo, denominado Enseñanza Primaria, que se desarrollaba en las escuelas y colegios públicos y privados. Estos estudios tenían diseñado ese tramo para el abanico de edades de 6 a 14 años.  Pero esto se alteraba si el alumno iba a hacer el bachillerato, en cuyo caso a los 10 años efectuaba el examen de ingreso en estas enseñanzas. A partir de esos 10 años y, una vez superada esa prueba, pasaba a realizar los estudios de bachillerato en un Instituto Nacional o en alguno de los colegios privados, autorizados para esas enseñanzas.

Durante los años cuarenta, y hasta el curso 1953-54, estuvo vigente en España un modelo de bachillerato único que constaba de siete cursos y terminaba en el llamado Examen de Estado. El alumno seguía estos estudios entre los 10 y los 17 años. Ese único bachillerato no hacía distinción entre Letras y Ciencias, como sí se hizo a partir de 1953. El Examen de Estado se realizaba en las Universidades y era paso obligado para ingresar en ellas o en las Escuelas Técnicas.

En el período temporal señalado 1940-1953 el número de estudiantes de bachillerato en España no era muy elevado. Una gran parte de la población seguía su escolarización en la Enseñanza Primaria – la escuela – y se incorporaba al mundo del trabajo a los 14 años. Solamente unas minorías continuaban con sus estudios de bachillerato. Hay que mencionar, no obstante, que conforme avanzó ese período señalado, la instauración de sistemas de becas permitió que jóvenes que, por no tener recursos económicos suficientes, no habrían seguido esos estudios, pudiesen hacerlo. Pero siempre estaremos considerando una minoría a los bachilleres con respecto al total de niños escolarizados  en esos años.

En 1953, siendo ministro de Educación Ruíz-Giménez, se implantó un nuevo plan de estudios que se denominó Plan 1953 – el anterior era el Plan 1938 – Este nuevo diseño de la enseñanza en nuestro país varió considerablemente el esquema anterior. Se reducía a seis años en lugar de los siete anteriores y se fraccionaba en dos: Bachillerato Elemental y Bachillerato Superior. El Elemental a impartir entre los 10 y los 14 años. El Superior los dos años siguientes, terminándose a los 16 años, normalmente. El Bachillerato Elemental era único y sin diferenciaciones, integrando materias de ciencias y letras. A su término se debía pasar la Reválida Elemental que era un compendio de los conocimientos adquiridos en esos cuatro cursos escolares. Se pasaba, cuando se aprobaba esa Reválida, al Bachillerato Superior. En éste se diferenciaban y dividían los alumnos en las especialidades de Letras y la de Ciencias. A partir de ese momento éramos de ciencias o de letras. Existían, no obstante, algunas asignaturas comunes a ambos. Al finalizar el Bachillerato Superior, esperaba al alumno otra Reválida. Era también un compendio de los estudios de quinto y sexto curso.

Una novedad importante que introdujo esta reforma fue la posibilidad de pasar a efectuar los llamados Estudios de Grado Medio a quienes aprobasen el Bachillerato Elemental y su Reválida correspondiente. Es el caso, por ejemplo, de los estudios de Magisterio y los de Ingreso en escuelas Técnicas de Grado Medio, si bien en estas últimas se debía de superar un curso Preparatorio y un Curso Selectivo, con carácter previo, a comenzar los verdaderos estudios de esas carreras técnicas. Una excepción a todo este sistema de estudios fueron las Escuelas de Altos Estudios Mercantiles en las que, con el examen de Ingreso en el Bachillerato aprobado, se cursaban en ellas, sucesivamente los de  Peritaje Mercantil, el de Profesorado Mercantil y el de Intendente Mercantil.

Finalmente, para poder acceder a las universidades y a las escuelas técnicas superiores, se estableció el denominado Curso Preuniversitario. Los exámenes finales de este curso se desarrollaban en las Universidades correspondientes, de acuerdo con la ubicación geográfica de los centros que impartían ese curso, es decir Institutos Nacionales y algunos colegios privados autorizados.

Al alcanzar, quien esto escribe, la edad de 10 años en 1953, me correspondió iniciar el bachillerato por este nuevo Plan 1953. De ahí que describa mis experiencias – las de mi generación – en base a  estas enseñanzas cursadas a partir de ese año. En mi caso, seguí todo el itinerario antes descrito, en la especialidad de Ciencias. Hice el Curso Preuniversitario igualmente por Ciencias.

El bachillerato comenzaba una vez superadas las pruebas de ingreso en el mismo. Se podía acceder al primer curso de esos estudios al tener la edad, durante el curso escolar, de 10 años. Pero previamente debían de superarse esos exámenes de ingreso. Lo normal es que se preparase durante todo el curso anterior en colegios o escuelas públicas o privadas. Esos estudios eran un compendio de todo lo enseñado en los años de escuela, tratando de alcanzar unos niveles suficientemente altos para situar al alumno en el primer curso de bachiller. Esos exámenes de ingreso supusieron, para la mayor parte de los niños de la época, una verdadera prueba de fuego imposible de olvidar. Se hacían ante un tribunal de tres o cuatro profesores de Instituto y eran pruebas orales. Describiré los que hube de pasar, similar sin duda a los vividos por los estudiantes de mi generación.

Era un día de junio. Lleno de nervios, vestido lo mejor posible, peinado y repeinado, acudí a primera hora de la mañana, con mi padre, al Instituto de la ciudad en que residía entonces: Melilla. Nos juntamos todos los niños y niñas citadas para ese día y hora y al momento llegó el tribunal. Eran tres profesores del Instituto. Un hombre, una mujer y un sacerdote. Al menos eso creo recordar bajo una cierta neblina de años pasados. La mesa del tribunal me pareció altísima, máxime que estaba sobre una tarima de madera. A la derecha del tribunal, un encerado, a la izquierda un mapa mudo de España.

Fueron subiendo, llamados por orden de lista, los chiquillos. Pronto llegó mi turno. Serio, nervioso, pero decidido subí a aquella tarima. Apenas asomaba la cabeza por encima de la mesa tras la que estaban aquellos tres profesores, de rostro grave y de apariencia severa. Durante un rato me sometieron a sucesivas preguntas de matemáticas, lengua, ciencias, religión, geografía, historia. No recuerdo si algo más. Se pasaba de hacer cuentas y algún problema en el encerado a señalar sobre el mapa los ríos, cordilleras o ciudades. De responder sobre plantas o animales a escribir frases y palabras de difícil ortografía en el encerado. En religión siempre he tenido en el recuerdo que me preguntaron lo que peor sabía: las bienaventuranzas. Un suplicio de examen. Al final, agotado y nervioso por la posible nota que había alcanzado, hube de esperar unos minutos mientras escribían sobre mi Libro Escolar recién abierto, el resultado de ese Ingreso en el bachiller. Me dieron el libro y pude marcharme. Lo abrí y leí una palabra “aprobado”. No hizo falta  más, salí y eché a correr, loco de contento, hacia mi casa. Encontré a mi padre cerca del Instituto y, saltando de alegría, le dije que había aprobado. Su contento fue aún mayor que el mío. Me llevó a celebrarlo tomando un refresco con él en un café de la zona.

En julio de 1953 mis padres trasladaron el domicilio familiar al otro extremo del país. Así llegamos a Galicia. Por tanto, mi bachillerato elemental comenzó en el único colegio privado que allí había. Viví, de este modo, la experiencia de unos estudios con cursos de muy pocos alumnos. Comenzamos 24 en el curso 1953-54 para ir disminuyendo año tras año. La enseñanza era mixta, con 12 chicos y 12 chicas en el inicio de los estudios.  No obstante, uno de los cursos, el de tercero de bachillerato lo hice en otra localidad a la que fuimos a vivir temporalmente. Era en Asturias y allí no había centro alguno para estudiar el bachiller. Así que hube de afrontarlo por enseñanza libre.

                          
                           Del carnet de estudiante Bachillerato en Instituto Masculino de Lugo

Al ser la primera promoción del nuevo plan de estudios recientemente implantado, éramos un poco conejillos de indias. Pero esto nosotros no lo notamos, lógicamente. Las materias que se estudiaban en esos primeros cuatro años eran tanto de ciencias como humanísticas. Se trataba de adquirir un amplio espectro de conocimientos y una cultura general relevante. Las enseñanzas eran, en su mayoría, bastante memorísticas y se estudiaba, básicamente, para aprobar los exámenes. El núcleo duro de estos estudios eran Matemáticas, Ciencias Naturales, Física y Química por el lado de las ciencias y Lengua Española, Geografía e Historia, Latín por el de las letras. Esto se completaba con Dibujo, Francés o Inglés y las denominadas tres marías que eran la Religión, Formación del Espíritu Nacional y Formación o Educación Física. En el caso de las chicas se añadía Enseñanzas del Hogar.

Los exámenes, tanto durante el curso como finales, fueron en su mayoría escritos, pero algunos eran orales. En nuestro caso, en algunos años el colegio estaba legamente autorizado a todos los efectos y podía hacer exámenes finales, pero en otros esa autorización no permitía hacerlos y debíamos ir al final de curso a exámenes en un Instituto Nacional. En este caso, en algunas materias debíamos enfrentarnos a esas pruebas orales, siempre más duras e impregnadas del lógico nerviosismo del alumno.

Cada español que haya hecho el bachillerato en esos años tendrá, sin duda, sus propias anécdotas personales. Omitiré, por tanto, las mías pero no me resisto a mentar aquí algo que fue muy general en los colegios de los pueblos de nuestra geografía hispana. Me refiero a la enseñanza de la Educación Física. Mi colegio, como tantos otros, disponía de muy escaso espacio exterior de recreo y descanso entre clases y, por supuesto, carecíamos de cualquier tipo de instalación deportiva. Nuestros partidos de fútbol se desarrollaban en un escuálido patio, inundado parcialmente durante el invierno. Por tanto, ni había dónde hacer la gimnasia ni había profesor para ello. De este modo, entramos en esa amplia generación de españoles que no hacíamos gimnasia en el colegio o como me dijo un médico años más tarde, de los que hacíamos gimnasia en gabardina. Y ya en el colmo del asunto, uno de los años designaron profesor para dar esa asignatura de Educación Física. Era un médico del pueblo y nos la impartió en forma oral y con ayuda de un libro, cuyas láminas mirábamos los alumnos.

De la Formación del Espíritu Nacional podría narrar muchas cosas. Pero por resumirlo, diré que era un intento del Régimen en el poder de adoctrinar a los chicos y chicas, en edad escolar, con la doctrina e ideas de la Falange y del Movimiento Nacional. Pero esto, a la hora de plasmarlo en algo concreto tomó, en la mayoría de los casos otros derroteros. Al no ser una asignatura con contenido real y suficientemente rodado como las demás, quedó todo en manos de los libros y de los profesores. Esta asignatura, ocupó campos propios de otras materias, como es el caso de la Historia, de la Literatura y hasta de la Religión. Y todo eso lo trató de teñir con el tinte de esa ideología falangista y las de ese ente denominado Movimiento Nacional. Por su parte, los profesores, que no eran profesionales de la enseñanza ni de la pedagogía, sino y en su mayor parte miembros de Falange Española - Frente de Juventudes, tapaban sus lógicas carencias con vagas explicaciones  sobre el contenido de los libros, cuando no contaban historias de sus propias experiencias. En nuestro caso personal, hacían lo que podían para llenar de contenido el tiempo destinado a las clases de sus asignaturas. El adoctrinamiento hacía bastante agua por ese lado y, sobre todo, por el hecho universal de los jóvenes de todos los tiempos de ir contra corriente, es decir contra el sistema establecido.


La mayoría de los alumnos escogíamos el idioma francés y muy pocos el inglés. Este hecho que hoy parecería increíble tenía su origen en el peso de la historia, en el que Francia, nuestra vecina, había jugado un papel relevante. Por otra parte, la cultura inglesa no había calado todavía suficientemente en nuestro país. Así de padres a hijos se seguía aconsejando estudiar francés y no ese desconocido e ignoto inglés. De hecho, en bastantes centros solamente tenían profesor de francés.



Tras superar la mencionada Reválida de Cuarto o Elemental que resultaba sumamente antipática para todos, ya que nos obligaba a volver a estudiar muchas cosas de los cursos anteriores, en su mayoría ya olvidadas, entrábamos  en los dos cursos del Bachillerato Superior. He de indicar que una nueva modificación del plan de estudios había originado lo que se llamó Plan 1957 y en este continuamos nuestros estudios. Como ya se dijo antes, había que optar por Ciencias o Letras para ese Bachillerato Superior. Las materias estudiadas fueron Matemáticas, Ciencias Naturales, Física, Química, Lengua y Literatura Española, Historia del Arte y Filosofía. Acompañaban a éstas la Religión, el Dibujo, idioma Francés o Inglés, Formación del Espíritu Nacional y Educación Física. Quienes cursaban la especialidad de Letras, sustituían  las Matemáticas, Física y Química por Griego y Latín. Al final, la Reválida de Sexto o Superior que, una vez aprobada, suponía la obtención del título de Bachiller Superior y culminación de los estudios de enseñanza secundaria. El alumno, si no había repetido curso a lo largo de estos estudios, tenía normalmente la edad de 16-17 años.

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