CAPÍTULO 30
LA ROPA HEREDADA
Me refiero aquí a algo que, aunque existe en
cierto modo todavía en familias de varios hijos, era práctica común en los hogares
hispanos. Y no solamente sucedía con la ropa pasada de unos a otros hermanos,
sino de los progenitores y otros parientes hacia los hijos. En aquella sociedad
española, poco pudiente, la variedad de prendas en cada casa era mínima. Casi
lo puesto, lo de los domingos y poco más. Quizás se suavizaba algo esto en el caso de las féminas. Pero
para los niños de mi generación era algo habitual.
Era así muy frecuente que aquellas prendas del
padre o de un tío, que ya no las usaban, bien por haber envejecido o por
adquirir otras, fuesen objeto de los correspondientes arreglos y adaptaciones
para los más pequeños. De este modo, una chaqueta, una camisa o unos pantalones
pasaban por manos de una costurera o de alguien experta en la familia, que las
descosía, cortaba y volvía a ensamblar para lograr una prenda adaptada a las
medidas de los hijos. Y en la mayoría de los casos, la pericia materna o de la
costurera de turno hacia parecer aquella prenda de vestir como
prácticamente nueva y recién estrenada.
Cuento esto con la experiencia que me da el
haber usado diversas prendas arregladas. Recuerdo perfectamente un traje gris
de uno de mis tíos, reconvertido en traje de pantalón corto para mí que utilicé
durante algunos años de mi infancia e inicio de adolescencia. Duró hasta que un
estirón corporal, fruto de los trece años, y la necesidad de ocultar ya con un
pantalón largo el vello de las piernas, obligó a arrinconarlo. También otro que
llevé en mis primeros años de carrera en Gijón y varias camisas blancas en los
años cincuenta. Como digo, esto era completamente usual y no nos causaba
ninguna clase de trauma. Al contrario,
era una suerte obtener así buenas
prendas de vestir.
Pero todo se acabó por dos razones,
básicamente. De un lado, la mejora económica de una gran parte de la población
hispana que hizo innecesaria esta práctica. De otro, la irrupción de las modas
en el vestir, que llevó a todos los jóvenes de mi generación a pensar y
considerar eso de está de moda, va con la
moda o eso ya no se lleva. Y meto en este mismo saco, los innumerables
jerseys que nuestras abuelitas nos hicieron en esos años cincuenta y parte de
los sesenta, con frecuencia muy largos o muy cortos, muy anchos o muy
estrechos. O como me sucedió con el último que me hicieron de esa guisa, amarillo
canario y sin mangas. Fue calcetado en Alicante y lo estrené en Galicia. Lo
puse un día, salí al paseo con él, fui objeto de toda clase de mofas y
bromas... y me deshice de él ese mismo día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
AQUÍ PUEDES COMENTAR LO QUE DESEES SOBRE ESTE CAPÍTULO O ESTE LIBRO
El autor agradece los comentarios