viernes, 4 de octubre de 2013

CAPÍTULO 26

EL CINE Y SU EVOLUCIÓN

Para la España de la posguerra el cine constituyó una parte muy importante de nuestras vidas. Fue la gran aportación de ilusión que siempre ha necesitado el ser humano. Además, fue sin duda y por méritos propios, la principal forma de entretenimiento y pasatiempo de las gentes, en nuestros años de infancia y juventud. Así sucedió en España y en todos los países. Allá donde había una sala de cine ocurría lo mismo. Hombres y mujeres de todas las edades, acudían en riada. Era relativamente barato y al alcance de una gran parte de la población. El cine entusiasmaba y fascinaba, tenía imán y arrastraba multitudes por todas partes.

En los años cuarenta, los niños de mi generación éramos todavía muy pequeños. El cine no había entrado en nuestras vidas, salvo para ver alguna película infantil o de dibujos. De ese tiempo tan sólo nos queda el recuerdo, neblinoso, de películas como Pinocho, Blancanieves y los siete enanitos y otras de este género infantil. Las penurias económicas permitían pocas alegrías para nuestros padres en este sentido. A la entrada de los cincuenta, la guerra civil ya empezaba a quedar lejos. La posguerra se iba estirando en el tiempo y, con esto, modificándose conductas y situaciones, pero continuábamos metidos en épocas de penuria económica, de pobreza y miseria, de hambre y limitaciones de todo tipo. Eran los años de la reconstrucción material de un país que había quedado destrozado tras su guerra fratricida. Al doblar el cabo del tiempo de 1960, comenzaron a cambiar muchas cosas. Así sucedió en todo el mundo occidental y, también, en España. Cambio lento, pero apreciable, de las condiciones económicas y laborales de una parte de los españoles.

En los hábitos de vida de nuestros conciudadanos y dentro de su tiempo de ocio, el cine siempre había sido algo importante. Los años cincuenta vieron cines, teatros y hasta cafés llenos de gentes ávidas de ver películas y espectáculos de todo tipo. Como forma de evasión y como forma de diversión. El cine, el teatro, la zarzuela, el circo, las variedades, el mundo de la música popular y hasta los muchos titiriteros, prestidigitadores y cantantes que pasaban por cafés y plazas públicas llenaron y alegraron la vida de los españoles en esas décadas de la posguerra. En los años sesenta, el cine y, en menor medida, el teatro tomaron decididamente el mando. Ocuparon una parte importante del tiempo de ocio de los españoles. La mayoría acudíamos al cine con mucha frecuencia y muchos, a diario. El precio era accesible y reclamos como dos películas por sesión o las famosas sesiones continuas, atraían al personal. En mi caso particular, las inclemencias meteorológicas de los largos inviernos gallegos, que comenzaban en octubre y terminaban normalmente en junio, comiéndose el otoño y la primavera casi todos los años, invitaba a meterse en las salas de cine para huir del frío y la humedad ambiental.

Por todas esas cuestiones, los cines registraban abarrote diario en sus sesiones de tarde y de noche, con largas colas ante las taquillas. Los sábados y domingos se alcanzaba el cenit, siendo lo normal ver esas largas y retorcidas colas durante la mañana. Y, además, los años sesenta, en los que el cine todavía sacaba una amplia ventaja a la novedosa televisión, registraron una época de esplendor en la cantidad, variedad y calidad de las películas que se proyectaban. Quiero destacar el encanto de aquella sesión continua que durante años existió en muchas salas de cine. No había que preocuparse, en exceso, de llegar a tiempo. Cada cual entraba cuando podía o lo estimaba conveniente, tras los pasos del acomodador siempre con su linterna en ristre. Con frecuencia, el que llegaba comenzaba viendo una parte de una de las dos películas, después veía la segunda y, a continuación, se quedaba para visualizar el tramo inicial, no visto antes, de la primera película. Parece un lío pero no lo era tanto. Podía pasar que el espectador no recordase el argumento o por donde iba la primera película y estuviese perdido. O que viese dos veces una o las dos películas. Había quien pasaba la tarde y la noche, hasta el cierre, allí metido disfrutando del confort del cine. Entre otras cosas, allí se estaba generalmente más cómodo y abrigado que fuera donde, como era mi caso, el invierno norteño asomaba sus fieros dientes por calles y callejuelas.

En esos años, se fue pasando del cine español, pleno de películas de bajo coste y mucha voluntad, de toreros y cupletistas, de guerrilleros hispanos en lucha con las huestes de Napoleón o de comedias en las que se reproducían las penurias de la vida diaria de los españoles, a una entrada masiva de películas foráneas. El cine italiano nos trajo multitud de films de aquel realismo, en blanco y negro, de la Italia de posguerra. Méjico nos llenó, durante un tiempo, de abundantes películas de exhibición de sus mejores mariachis. El cine francés, después, trajo a España la gran calidad de su producción cinematográfica y actores. Y el cine norteamericano barrió todas las carteleras de nuestro país. De la factoría de Hollywood salieron infinidad de films que atrajeron la atención de muchas de nuestras tardes y noches. Y, de ello, infinidad de películas para el recuerdo de todos nosotros.

De este modo, el fenómeno social del cine estaba en el centro de la vida de ciudades y pueblos de toda España. Tanto quienes éramos, entonces, jóvenes como nuestros mayores, hacíamos del cine nuestra forma principal de diversión. Tomábamos de él nuestra dosis semanal de evasión y entretenimiento. El cine, alegraba y animaba, por lo general, la vida de todos nosotros. Y eso, pese a la profusión, en medio de tantas películas, de bastantes realmente mediocres. El cine tenía, entonces, su propia parafernalia, algo distinta de la actual. A las largas colas de las mañanas de los domingos o de las tardes de los sábados, seguía la entrada en las sesiones de tarde o de noche de una variada concurrencia. Mayores y jóvenes se entremezclaban en aquellas sesiones de cine que comenzaban con el NODO. Se trataba de un noticiario y documental, de proyección obligatoria en todos los cines, que informaba, a su manera, de diversos sucesos de España y el resto del mundo. El NODO podía considerarse un antecedente de los telediarios. Pero, al estar España bajo el gobierno del régimen de Franco, esos noticiarios y documentales llevaban su huella. Así, las noticias habituales de realizaciones e inauguraciones de obras públicas, se mezclaban con escenas de la vida de los españoles, en visión optimista y alegre, ignorando todo aquello que pudiera distorsionar esa imagen. Todos recordamos perfectamente la orientación del NO-DO, del que, sin duda, nos ha quedado el recuerdo de su musiquilla de inicio y final, y la voz potente  y peculiar de sus locutores.

En los contenidos del NODO nunca faltaba alguna inauguración de pantanos, canales, carreteras u otras obras públicas por parte de Franco. Su Excelencia el Generalísimo era siempre personaje de ese noticiario. Después venían informaciones nacionales, algunas internacionales, cantantes que triunfaban, estrenos teatrales y, sobre todo, los goles y las jugadas más relevantes de los grandes del futbol español. Allí, muchos de nosotros, vimos el rostro de Zarra, el gran triunfador de Maracaná en unos Mundiales. También conocimos el de Ramallest, Gainza, Panizo, Orue, Basora, César, Di Stéfano, Gento, Puskas, Kubala, Kopa y una interminable lista de nuestros héroes de infancia y juventud. Tras el NODO, venían los trailers de avance y presentación de las próximas películas a proyectar y publicidad de establecimientos locales. Al terminar todo esto, llegaba un descanso que hacía que una gran parte de los hombres y jóvenes salieran al hall del cine e incluso al exterior, bien para fumar un cigarro y matar así la ansiedad de la espera, bien para comprar cacahuetes o caramelos en el ambigú del cine o en algún comercio cercano. El sonido del timbre, avisando de la reanudación de la sesión y comienzo de la película, producía la rápida y revuelta entrada de los que habían salido, formando una pequeña marabunta de butacas y personas levantándose, a lo largo de filas enteras, y de frases y siseos a media voz. Muchos se perdían, en estas habituales reentradas, el inicio del film y se quedaban sin saber el nombre de los protagonistas, el director o las primeras escenas. Los cacahuetes, los caramelos, las pipas y el chicle eran consumidos por hombres y mujeres que, acompañaban así mejor, los dramas y comedias que contemplaban en las pantallas.

A partir de ahí, en los cincuenta y principios de los sesenta todo podía suceder en aquellas salas cinematográficas. Y sucedía de todo. El público, así en general y en abstracto, vibraba con las películas. Las vivía. En especial los niños y los más jóvenes. Pero también muchos adultos se dejaban arrastrar por la acción, la emoción o el entusiasmo. Era frecuente el cuchicheo, en clave creciente de tono, en determinados momentos de acción o de emoción. Con frecuencia, acababa en manifestaciones de sentimiento. Se reía con fuerza, se gritaba, se jaleaba o se pateaba el suelo. Sí, se pateaba. En especial por arriba, por las localidades de general. Los pateos solían ser de aprobación de alguna escena de un personaje de la película. Por lo general del bueno. Podían ser de reprobación. Las películas del Oeste o western, de las que había una amplia proliferación en esos años, eran muy proclives a los pateos y cuchicheos. Se jaleaba al bueno y se reprobaba o se insultaba al malo. El espectáculo en la sala no tenía mucho que envidiar al de la cinta que se proyectaba. El público vivía aquellos momentos intensamente y expresaba sin tapujos  sus emociones. Claro está que había bastantes  excepciones entre los asistentes. Todo era cuestión de cultura, de posición social o de carácter y saber estar. En otras ocasiones la cosa iba de drama. En estos casos el silencio se cortaba. Se mascaba la tragedia. La gente se movía inquieta en sus butacas y había tosecillas nerviosas. Y tan pronto se podía o la película daba un respiro, se soltaba la presión con un mar de murmullos, algunas voces o una broma desde las gradas de arriba.

Al margen de todo esto, más o menos anecdótico, el cine nos ofrecía su mundo de fantasía, ilusión y arte. Por las calles se repartían los programas de mano, una hoja con la reproducción del cartel anunciador de la película por una de sus caras y, por la otra, el cine, el horario de proyecciones y, a veces, los precios de las localidades. Muchos de nosotros coleccionábamos esos pequeños programas por los que conocíamos, además, quienes eran los actores principales y el director. Antes de acudir a elegir la película a ver, muchos íbamos a mirar las carteleras - los cuadros los llamábamos – expuestos en el cine. Éstas se colocaban, con más proliferación que en la actualidad en la puerta o fachada de los cines. Así, tan sólo por las pocas escenas de aquellos fotogramas, éramos capaces de juzgar, a golpes de pura intuición, de qué iba la película y qué podíamos esperar de ella. No existía, como ahora, orientación crítica cinematográfica en la prensa. También se consultaban bastante unas fichas de calificación moral de las películas, que se exponían a la entrada de las Iglesias. A esto se le denominaba vulgarmente la censura religiosa. En ellas se indicaban, aparte del título, principales actores y duración de la película, un resumen del argumento. Se completaba y era el objeto principal de esas fichas, con la calificación moral de las películas. Se empleaba un sistema con las valoraciones 1, 2, 3, 3R y 4. El 1 se reservaba para películas válidas para todos los públicos. El 2 se señalaba como aceptable para ser vistas sin problemas morales. El 3 era de las aptas para mayores y, por tanto, no aconsejable para jóvenes y niños. El 3R las calificaba para mayores con reparos, es decir no aconsejable para nadie. El 4 significaba que se estaba ante una película inmoral y totalmente desaconsejable para todos los públicos.

En esos años, se pasó de aquellas pequeñas pantallas y de películas, con frecuencia, llenas de deficiencias en la imagen y en el sonido, a las más grandes y extensas pantallas panorámicas y a un pretencioso sistema denominado toddao. Al inicio de los sesenta, eran todavía frecuentes los cortes en las cintas cinematográficas. Tras alteraciones de sonidos y aparición de números y símbolos extraños, la película desaparecía y la pantalla terminaba por quedarse en blanco, ante el murmullo y protesta de los asistentes. Se encendían las luces, mientras el proyectista trataba de arreglar la cinta, con frecuencia pegando la parte que se había roto.  Otras veces, lo que fallaba era el sonido. Podía verse toda una película o parte de ella con unas voces gruesas o ininteligibles, debido al deterioro de la zona de sonido de la cinta. Incluso podían llegar a desaparecer las voces o la música durante largo rato.

A veces la avería era de la máquina y lo cosa se complicaba, durando más el intervalo de parada. Los asistentes volvían a salir al exterior hasta que el timbre los llamaba de nuevo. Todo un espectáculo que se mezclaba con la forma en que se vivían las escenas de las películas, en cuanto a las manifestaciones exteriores de agrado o decepción, de enfado o  de entusiasmo. En esto, se llevaban la palma las películas del Oeste con aquellas historias del bueno, el malo y la chica, por lo general salida del Saloon y que nunca faltaba.

Una de las consecuencias del enorme atraso que nuestro país llevaba con respecto al mundo occidental, se podía constatar, también, en el cine. Se ponía de manifiesto con el gran retraso con el que llegaban a España los films extranjeros. En especial, el cine americano que era el más importante en la cantidad de películas producidas y distribuidas por todo el mundo. Sin que sea matemáticamente así, podemos hablar de una década sin alejarnos demasiado de la realidad. Esto significa que una gran parte de las películas no españolas que se vieron en nuestro país en los años cuarenta y cincuenta, habían visto la luz en los años treinta y cuarenta, respectivamente. Las peculiaridades de nuestro país, recién salido de la guerra en el inicio de los cuarenta, unido al aislamiento y la autarquía, así como a la debilidad económica propia de un país empobrecido al máximo, ayudaron a ese gran retraso cinematográfico. Y a eso hay que añadir la censura política y la moral que vigilaban el contenido de todas las películas que se proyectaban en las salas españolas.

Con relación a estos retrasos valgan unos sencillos ejemplos. Lo que el viento se llevó fue una película producida en 1939. En España llegó bien avanzados ya los años cincuenta. Fort Apache, Arsénico por compasión y Casablanca son films de los años cuarenta que llegaron a España a lo largo de los cincuenta. La lista podría ser interminable. Por este motivo, en los párrafos que siguen, al mencionar algunas películas trataré de referirme a los años en que la pudimos ver en nuestras pantallas, siempre en base a mis recuerdos que, en ocasiones, podrían ser errados. Para ello, voy a señalar separadamente lo correspondiente al cine español y al foráneo.




En la década de los cuarenta, nuestros padres pudieron ver bastantes películas de cine mudo, juntamente con otras con sonido. Fue la época de esa transición. Dado que fueron años de infancia de todos nosotros, poco puedo señalar del cine de esos años. De las primeras, se llevaban la palma, sin duda, las innumerables películas de Charles Chaplin, Charlot. De las segundas, podríamos citar La hermana San Sulpicio, El negro que tenía el alma blanca, Nobleza baturra, La verbena de la Paloma, Morena Clara, Polizón a bordo, Sin novedad en el Alcázar. Los niños veíamos casi exclusivamente las de Walt Disney. Eran casi todas ellas de la primera época de ese importante cine de animación. Entre ellas, hicieron las delicias de todos nosotros Pinocho, Blancanieves y los siete enanitos, Dumbo y Bamby.





La década de los cincuenta me permite ya extender bastante más mis recuerdos personales. Sin duda alguna, las personas de mi generación recordarán los films que paso a citar, sin orden alguno de prioridades ni calidades. Acuden ahora a mi memoria, al desgranar mis recuerdos cinematográficos. En sus inicios, las de Walt Disney y las del Gordo y el Flaco, acuden masivamente a mi memoria. La isla del tesoro, Robin Hood, La Cenicienta, Alicia en el país de las maravillas, Peter Pan y La dama y el vagabundo, entre las primeras, y de las de Stan Laurel y Oliver Hardy, citaría Trabajo sucio, Estudiantes en Oxford, Laurel y Hardy en el Oeste, Compañeros de juerga, Héroes de tachuela, Dos pares de mellizos o Haciendo de las suyas. En esos años tuvo gran éxito el film Mi mula Francis. Y junto a éstas, al ir avanzando la década, pudimos ver, entre otras muchas, Fort Apache, Duelo al Sol, Río Rojo, Las minas del Rey
Salomón, Solo ante el peligro, Siete novias para siete hermanos, Lanza rota, Los diez mandamientos, Doce hombres sin piedad, El puente sobre el río Kwai, El mayor espectáculo del mundo, Ben-Hur, Frankenstein. El cine religioso nos ofreció algunas entrañables películas, como fue el caso de Marcelino, pan y vino. Otras muy seguidas fueron Balarrasa, La Señora de Fátima, Molokai, El pequeño ruiseñor, Saeta rubia, Quince pares de botas y Jeromin.

Mientras tanto, nuestros padres disfrutaban a fondo con películas como Las uvas de la ira, Arsénico por compasión, Que verde era mi valle, Casablanca, Ser o no ser, El tercer hombre, El cuarto mandamiento, Rebeca, Los mejores años de nuestra vida, El político, El crepúsculo de los dioses, Pánico en las calles, Un lugar en el sol, Un tranvía llamado deseo, La Reina de África, El hombre tranquilo, El último cuplé, Violetas imperiales, Vacaciones en Roma, Raíces profundas, Julio César, El hombre que sabía demasiado, Mí desconfiada esposa y Mi tío. Aunque, al avanzar la década, algunas de estas películas ya las vimos muchos de nosotros.







Los sesenta supusieron, posiblemente, para mi generación los años de mayor asistencia al cine. En parte, porque estábamos la mayoría de nosotros solteros y en años juveniles. También por estar ya inmersos en la vida laboral. Y porque fue una época grande en la cinematografía, con los cines repletos casi a diario y numerosas salas por pueblos y ciudades. Época próspera para este sector del ocio. Entre las películas que recuerdo ahora, al margen de las españolas están El apartamento, Al Este del Edén, Lawrence de Arabia, Un hombre para la eternidad, West Side Story, My Fair Lady, Sonrisas y lágrimas, El graduado, Los cañones de Navarone, Psicosis, La conquista del Oeste, Mary Poppins,101 dálmatas, Doctor Zhivago, La ventana indiscreta, El fabuloso mundo del circo, La muerte tenía un precio y tantas otras. De las españolas El pisito, El cochecito, Plácido, El verdugo, La tía Tula, Del rosa al amarillo, Canción de cuna, El amor brujo, Botón de ancla, Quince bajo la lona, Recluta con niño, Tarde de toros, La gran familia, Un rayo de luz.

En esos años de nuestro  despertar a la vida y al cine, admiramos a una pléyade excepcional de actores, actrices y directores, entre los que recordamos a John Ford, H. Hawks, Capra, Humprey Bogart, Gary Cooper, John Wayne, Deborah Kerr, Alfred Hichcok, John Huston, Sofia Loren, Alec Guiness, Anthony Perkins, Montgomery Clift, Elisabeth Taylor, Marlon Brando, Audrey Hepburn, Gregory Peck, James Mason. Spencer Tracy, Ava Gadner, Cary Grant, Grace Kelly, William Holden, Cecil B. de Mille, Paul Newman, Tony Curtis, Frank Sinatra, James Steward, John Wayne, Pier Angeli, Kirk Douglas, Jack Lemon, Lauren Bacall, Vincente Minelli. Rita Hayworth, Claudia Cardinale, Doris Day, Marcelo Mastronniani  y otros muchos más.


Entre los españoles José Luis Berlanga, Luis Buñuel, Rafael Gil, Juan de Orduña, Ramón Torrado, Juan Antonio Bardem, Manuel Summers, Luis Lucía, Mario Camus, Pedro Lazaga, Fernando Rey, Amparo Rivelles, Jorge Mistral, Alfredo Mayo, Carmen Sevilla, José Isbert, José Luis Ozores, Alberto Closas, Gracita Morales, Analia Gadé, Fernando Fernán Gomez, Carlos Larrañaga y Concha Velasco.


Finalmente, los años setenta supusieron para muchos de nosotros un importante descenso en la asistencia a los cines. En parte por el impulso enorme tomado ya por la televisión y, también, por las circunstancias personales de la mayoría, ya casados y con los primeros hijos en edades infantiles. De esta época, puedo citar El Padrino que llenó durante muchos días las salas en las que se exhibía esta película de Marlon Brando  y Al Pacino. Stars Wars marcó época con sus novedosas aventuras galácticas que relanzó las películas de ciencia ficción. Entre las españolas Canciones para después de una guerra, La escopeta nacional, Pascual Duarte, El espíritu de la colmena.

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