CAPÍTULO 48
EL JUEGO DE LAS
CHAPAS
Otro de los juegos infantiles perdido a través
de los años, que ya cito en otro lugar, y al que los niños de mi generación
dedicamos bastante tiempo, fue el de las chapas. Se jugaba a esto en todas partes,
tal como pude verificar en las distintas poblaciones en las que residí.
Consistía en aprovechar las chapas de determinadas botellas de bebidas y con
ellas organizar varios juegos diferentes. Las chapas procedían, generalmente,
de algunas bebidas carbónicas y de botellines de cerveza. Las recogíamos, los
chavales, en el suelo de bares y cafés procurando hacernos con las que
estuviesen en mejores condiciones. Éstas eran las más planas y no deformadas al
abrir la botella correspondiente.
El más popular de los juegos era el partido de
fútbol. Para ello, recortábamos cuidadosamente las caras de los jugadores de
los diversos equipos de cromos, que siempre estábamos coleccionando. Así
surgían el Real Madrid, el Barcelona, el Athletic de Bilbao, el Atlético de Madrid,
el Valencia o cualquier otro de la
primera o segunda división de la liga española. Después colocábamos esos
recortes en el interior de las chapas.
Ya teníamos preparados varios equipos para jugar. Se pintaba con tiza un campo
de fútbol en la acera o en el suelo de la casa. Y tras escoger equipo y colocar
un garbanzo o una pequeña bolita como balón, ya estaba todo listo para comenzar
el encuentro. Se jugaba uno contra uno, distribuyendo los jugadores por el
campo en la forma habitual de este deporte. Y cada jugador iba dando
alternativamente un impulso a la chapa que quisiera, cada vez, procurando darle
a la bolita, El objetivo lógico era meter gol en la portería contraria. Aquí
cabían todas las reglas del fútbol, desde el penalti hasta el córner, desde la táctica hasta la técnica de colocar bien
el portero para facilitar sus paradas. Los niños pasábamos momentos felices,
compitiendo unos contra otros. Aunque este deporte de las chapas no quedaba,
lógicamente, exento de las discusiones y las trampas.
Otro juego, con sus diferentes variantes
localistas, consistía en marcar con tiza un zigzagueante camino o carretera,
que debía de servir para hacer una carrera de chapas. Aquí se podían colocar
las caras de ciclistas o motoristas conocidos, o sencillamente no poner nada.
Se trataba de ganar la carrera sin salirse del circuito. La salida de pista
equivalía a volver al punto de inicio y comenzar de nuevo el recorrido. Una
variante de esto era jugar con varias chapas haciendo equipo, simulando una
carrera ciclista o similar. Era, igualmente, muy divertido y entretenido.
Aunque existían otras opciones de juegos con
las chapas, los citados eran los más populares y, en la época cíclica anual en
la que se jugaba, podía competir en interés con los juegos de bolas o canicas o
con la peonza, por citar a dos de los primeros en el ranking de popularidad de
los juegos infantiles. Sin duda alguna, el futbolín podía superar mucho, por su
mayor realismo, a las chapas pero los niños no alcanzábamos, entonces, esa
posibilidad.
Como tantos otros juegos de los niños de mi
generación, los años sesenta y posteriores barrieron este juego de las chapas
de nuestras calles. Y curiosamente, el avance y la sofisticación de los juegos
en las décadas posteriores hicieron, sin embargo, perder el interés y el
apasionamiento que poníamos en aquellos partidos y carreras con las viejas
chapas, hoy mucho más variadas y abundantes que entonces.
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