miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 48
EL JUEGO DE LAS CHAPAS

Otro de los juegos infantiles perdido a través de los años, que ya cito en otro lugar, y al que los niños de mi generación dedicamos bastante tiempo, fue el de las chapas. Se jugaba a esto en todas partes, tal como pude verificar en las distintas poblaciones en las que residí. Consistía en aprovechar las chapas de determinadas botellas de bebidas y con ellas organizar varios juegos diferentes. Las chapas procedían, generalmente, de algunas bebidas carbónicas y de botellines de cerveza. Las recogíamos, los chavales, en el suelo de bares y cafés procurando hacernos con las que estuviesen en mejores condiciones. Éstas eran las más planas y no deformadas al abrir la botella correspondiente.

El más popular de los juegos era el partido de fútbol. Para ello, recortábamos cuidadosamente las caras de los jugadores de los diversos equipos de cromos, que siempre estábamos coleccionando. Así surgían el Real Madrid, el Barcelona, el Athletic de Bilbao, el Atlético de Madrid, el Valencia o  cualquier otro de la primera o segunda división de la liga española. Después colocábamos esos recortes en  el interior de las chapas. Ya teníamos preparados varios equipos para jugar. Se pintaba con tiza un campo de fútbol en la acera o en el suelo de la casa. Y tras escoger equipo y colocar un garbanzo o una pequeña bolita como balón, ya estaba todo listo para comenzar el encuentro. Se jugaba uno contra uno, distribuyendo los jugadores por el campo en la forma habitual de este deporte. Y cada jugador iba dando alternativamente un impulso a la chapa que quisiera, cada vez, procurando darle a la bolita, El objetivo lógico era meter gol en la portería contraria. Aquí cabían todas las reglas del fútbol, desde el penalti hasta el córner, desde  la táctica hasta la técnica de colocar bien el portero para facilitar sus paradas. Los niños pasábamos momentos felices, compitiendo unos contra otros. Aunque este deporte de las chapas no quedaba, lógicamente, exento de las discusiones y las trampas.

Otro juego, con sus diferentes variantes localistas, consistía en marcar con tiza un zigzagueante camino o carretera, que debía de servir para hacer una carrera de chapas. Aquí se podían colocar las caras de ciclistas o motoristas conocidos, o sencillamente no poner nada. Se trataba de ganar la carrera sin salirse del circuito. La salida de pista equivalía a volver al punto de inicio y comenzar de nuevo el recorrido. Una variante de esto era jugar con varias chapas haciendo equipo, simulando una carrera ciclista o similar. Era, igualmente, muy divertido y entretenido.

Aunque existían otras opciones de juegos con las chapas, los citados eran los más populares y, en la época cíclica anual en la que se jugaba, podía competir en interés con los juegos de bolas o canicas o con la peonza, por citar a dos de los primeros en el ranking de popularidad de los juegos infantiles. Sin duda alguna, el futbolín podía superar mucho, por su mayor realismo, a las chapas pero los niños no alcanzábamos, entonces, esa posibilidad.


Como tantos otros juegos de los niños de mi generación, los años sesenta y posteriores barrieron este juego de las chapas de nuestras calles. Y curiosamente, el avance y la sofisticación de los juegos en las décadas posteriores hicieron, sin embargo, perder el interés y el apasionamiento que poníamos en aquellos partidos y carreras con las viejas chapas, hoy mucho más variadas y abundantes que entonces.

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