CAPÍTULO 56
LOS PERROS CALLEJEROS Y LOS LACEROS
La España de la posguerra no solamente llevó
sus penurias económicas y el hambre a los españoles, sino que tuvo repercusión
en otras muchas cosas de la vida cotidiana. Una de éstas fue el abandono masivo
de perros y de su alimentación en las casas. Al hecho de la existencia de
perros callejeros, que venía ya de lejos en nuestro país, se unía el de los abandonados por sus dueños en
las calles.
Por este motivo, existía una amplia población
de canes sueltos. Vivían en la calle y comían, cuando podían, y de lo que
encontraban. Uno de sus lugares habituales de búsqueda de comida era en las
basuras y deshechos de las casas. Esta circunstancia contribuía a echar más
miseria encima de la miseria. Esto era, lógicamente, más frecuente en las
ciudades que en los pueblos y aldeas, en los que apenas se producían estos
abandonos en la calle. Los niños de mi generación, habitantes en esas ciudades nos acostumbramos a convivir
con este fenómeno y no nos extrañábamos nada de la continua presencia de perros
en nuestras proximidades.
No obstante, sí existía un problema serio,
planteado por esta situación. Se trataba de la salubridad pública y sanitaria,
ya que aparte de transmitir diversas enfermedades, las epidemias de rabia entre
esa población canina eran muy frecuentes. Se trataba de perros fuera de todo
control. Por este motivo, existían los laceros. Estos eran empleados
municipales que, provistos de unos carros especiales, con diversas jaulas,
recorrían las calles en busca de perros abandonados y vagabundos. Su misión era
buscarlos y tratar de cazarlos con unos lazos que llevaban, para meterlos en
jaulas y retirarlos de las calles. Después los llevaban a las perreras
municipales. Era una labor más bien preventiva y de disminución de esa
abundante población canina callejera. Estos perros, al estar mal alimentados y
fuera de toda educación doméstica, constituían un peligro para la población, en
especial para los niños. Eran frecuentes los casos de mordedura y de correrías
detrás de niños, que al asustarse emprendían la carrera. Y tras esas mordeduras
había que acudir de inmediato a la Casa de Socorro.
Todo esto sucedía delante de todos nosotros y
era un espectáculo habitual, tanto el ver a estos animales correteando por la
calle y peleándose entre sí, como contemplar el trabajo de los laceros y la
retirada de los canes. Todos nosotros teníamos episodios relacionados con los
perros callejeros y más de una persecución por alguno de aquellos animales que
ladraban sin cesar. Cuando se daban
casos de rabia el trabajo esforzado de los laceros aumentaba considerablemente.
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