miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 56
LOS PERROS CALLEJEROS Y LOS LACEROS

La España de la posguerra no solamente llevó sus penurias económicas y el hambre a los españoles, sino que tuvo repercusión en otras muchas cosas de la vida cotidiana. Una de éstas fue el abandono masivo de perros y de su alimentación en las casas. Al hecho de la existencia de perros callejeros, que venía ya de lejos en nuestro país, se  unía el de los abandonados por sus dueños en las calles.

Por este motivo, existía una amplia población de canes sueltos. Vivían en la calle y comían, cuando podían, y de lo que encontraban. Uno de sus lugares habituales de búsqueda de comida era en las basuras y deshechos de las casas. Esta circunstancia contribuía a echar más miseria encima de la miseria. Esto era, lógicamente, más frecuente en las ciudades que en los pueblos y aldeas, en los que apenas se producían estos abandonos en la calle. Los niños de mi generación, habitantes en  esas ciudades nos acostumbramos a convivir con este fenómeno y no nos extrañábamos nada de la continua presencia de perros en nuestras proximidades.

No obstante, sí existía un problema serio, planteado por esta situación. Se trataba de la salubridad pública y sanitaria, ya que aparte de transmitir diversas enfermedades, las epidemias de rabia entre esa población canina eran muy frecuentes. Se trataba de perros fuera de todo control. Por este motivo, existían los laceros. Estos eran empleados municipales que, provistos de unos carros especiales, con diversas jaulas, recorrían las calles en busca de perros abandonados y vagabundos. Su misión era buscarlos y tratar de cazarlos con unos lazos que llevaban, para meterlos en jaulas y retirarlos de las calles. Después los llevaban a las perreras municipales. Era una labor más bien preventiva y de disminución de esa abundante población canina callejera. Estos perros, al estar mal alimentados y fuera de toda educación doméstica, constituían un peligro para la población, en especial para los niños. Eran frecuentes los casos de mordedura y de correrías detrás de niños, que al asustarse emprendían la carrera. Y tras esas mordeduras había que acudir de inmediato a la Casa de Socorro.


Todo esto sucedía delante de todos nosotros y era un espectáculo habitual, tanto el ver a estos animales correteando por la calle y peleándose entre sí, como contemplar el trabajo de los laceros y la retirada de los canes. Todos nosotros teníamos episodios relacionados con los perros callejeros y más de una persecución por alguno de aquellos animales que ladraban sin cesar.  Cuando se daban casos de rabia el trabajo esforzado de los laceros aumentaba considerablemente.

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