CAPÍTULO 11
DE LA LOTERÍA A LAS QUINIELAS
En nuestro país siempre ha habido una gran afición
a los juegos de azar. Por eso surgió ya la lotería muchos años antes de que
viese la luz mi generación. Y siempre seguida y vivida con gran interés. En los
años de nuestra infancia y juventud, continuó siendo la lotería el gran juego
nacional, en busca del premio dinerario que cambiase el rumbo de la vida de la
gente. Si todos los sorteos tenían su gran público, al igual que sigue
sucediendo ahora, eran el sorteo de Navidad y, en menor medida, el de Reyes los
que se llevaban la palma. Al no existir todavía otros competidores, la Lotería
Nacional acaparaba todo el dinero que los españoles se gastaban tratando de
alcanzar el premio gordo. O, en su
defecto, una pedrea.
Los premios de Navidad, mucho más modestos que
en la actualidad, aunque posiblemente más numerosos, atraían siempre el
entusiasmo y la esperanza de todos los españoles que jugaban a la lotería. Y,
aunque había escépticos, la mayoría acudía cada año con ánimo redoblado a esos
sorteos. Por otra parte, al menos esa es mi percepción actual, la pedrea era
más valiosa e importante. De hecho, no varió en su importe de premio demasiado
con los años. Lo que ahora, prácticamente no supone casi nada, entonces era un
verdadero premio de consolación, no desdeñable.
El sorteo de Navidad se seguía masivamente por
la radio y sus retransmisiones. Los locutores permitían seguir el canto de la
casi totalidad de los números, por boca de los niños del Colegio de San
Ildefonso de huérfanos ferroviarios. Intervenían en las pausas solamente. Con
esto, muchos españoles de esos años, seguían el sorteo de Navidad, papel en
ristre, copiando números o con los suyos a la vista por si oían que los niños
cantaban alguno de ellos. Era para muchos un verdadero rito, el día del sorteo
que antecedía a las fiestas navideñas, plantarse ante la radio de la casa,
levantados desde las ocho u ocho y media de la mañana, hasta el final del
sorteo. Al final, la habitual desilusión y el posterior consuelo de un par de
reintegros o pedreas. Y vuelta a empezar.
Pude vivir en primera persona el entusiasmo y
la alegría de quienes resultaban agraciados en 1965. En aquella ocasión,
viviendo en Alicante, acompañaba habitualmente a unos buenos amigos de la COPE
en esa ciudad, colaborando algo con ellos. En el sorteo navideño de ese año, correspondió
uno de los premios importantes a esta ciudad y, al momento, la gente de la
radio se puso en marcha en busca de los agraciados. Una vez más, fui con uno de
los locutores portando un pesado aparato grabador Grundig para hacer las
entrevistas. Había caído el premio en el Mercado de Abastos y sus alrededores.
Pronto dimos con los puestos que habían repartido las participaciones entre sus
clientes. El barullo y jaleo era enorme. Risas, saltos, algazara, gritos de
alegría en una mayoría de mujeres, habituales compradoras de la plaza y algunos
establecimientos próximos. El entusiasmo se contagiaba y, aunque todavía no se
llevaba lo de la botella de champagne y el baño de las masas, lo celebraron con inmensa alegría y jolgorio.
Existía otro juego de azar muy popular
entonces, pero muy distante en las cuantías económicas que movilizaba. Eran los
sorteos de la ONCE o, como se decía entonces, de los ciegos. Se trataba de unas tiras largas, en las que figuraban
los números que, en esas décadas, eran solamente de tres cifras. Iban del 000
al 999 y los sorteos eran provinciales. Costaban muy poco y los premios no eran
muy elevados en esos años. Los vendían ciegos
por las calles y en algunos puestos fijos. Lo más curioso de esa época
era la forma popular de denominar a muchos de los números. Y, también, la forma
de publicitarlos los vendedores, en base a sus terminaciones, a voz en grito
por las calles. Todos terminábamos por sabernos diversos nombres populares de
números. Me vienen a la memoria ahora, al cabo de los años, algunos escuchados
a diario en mi camino hacia el Instituto de Alicante, como la edad de Cristo (33), la niña bonita (15), los dos patitos (22), la
bacora (cuyo número no recuerdo). La gente, con frecuencia los solicitaba
por esos nombres, o se decía hoy ha
salido la bacora.
Hacia los años cincuenta empecé a oír a mi
padre que jugaba a las quinielas. Se trataba del popular juego de apuestas
futbolísticas de todos conocidos desde entonces. Para mí, totalmente metido en
el campeonato de futbol y en los partidos de liga, esto añadía un doble interés
como le sucedía a él. Ambas cuestiones se complementaban. Seguía los resultados
para ver qué pasaba con su quiniela semanal y seguía la quiniela viendo los
resultados y las clasificaciones. En aquellos años los boletos eran muy simples.
Tenían una única columna para escribir, en cada partido, los signos numéricos
1, 2 o X. Y eran 14 partidos, ocho de primera división y seis de segunda. No
existía el de reserva como en la actualidad. Se premiaban los acertantes de 14
y de 13 aciertos. Más tarde se pasó a dos o tres columnas, creo recordar. Los
boletos debían enviarse a Madrid desde toda España y llegar a tiempo para el
recuento que comenzaba, el domingo, al terminar los partidos. Los recuentos eran
manuales y duraban dos días. los boletos constaban de dos cuerpos: uno para
enviar y otro para el jugador. En los pueblos la recepción de quinielas se
cerraba ya el jueves para dar tiempo a su envío y llegada a Madrid. Una
curiosidad de los primeros tiempos de las quinielas es que llevaban publicidad.
Solía ser de Coñac Soberano, Colchón
Flex, Brandy Luis XV, Cigarrillos Rex, Profidén y algunos otros artículos.
Esto se combinaba con los marcadores simultáneos que había en los estadios de
fútbol, en los que, a través de estos anuncios, se podían seguir los resultados
de los encuentros comprendidos en las quinielas. A partir de 1970 se pasó a
sistemas de boletos con posibilidad de tratamiento informatizado.
Los resultados eran seguidos, básicamente, por
las emisoras de radio. Primero en programas deportivos que se emitían al
finalizar los encuentros que solían ser siempre en domingo, entre las cuatro y
seis de la tarde. Nunca en sábados ni en domingos por la mañana. Más tarde
fueron apareciendo algunos programas, en directo, que a lo largo de la tarde
iban informando de todos los partidos. En los años cincuenta, era frecuente en
bastantes ciudades, colocar una pantalla en la fachada o en lo alto de algunos
edificios del centro, y proyectar directamente contra esas fachadas una serie
de anuncios publicitarios y los resultados de la liga de fútbol que se habían
producido cada domingo. Esto lo viví en Melilla y, más tarde ya en los sesenta,
en Gijón. De ese modo, una amplia cantidad de hombres que paseaban por el
centro o salían de los cines, se quedaban, frente a esas pantallas, para
conocer cuáles habían sido los resultados y cuáles habían acertado con su
quiniela semanal. La expectación, mientras se esperaba allí, solía ser grande
tanto por los resultados del equipo favorito de cada uno, como por los aciertos
o desaciertos de las quinielas. Y siempre, la ilusión posterior de volver a
intentarlo a la semana siguiente. También empezaron a aparecer peñas de amigos
quinielistas en las que alguno, que sabía o decía saber más que los demás,
hacía sobre un papel combinaciones de resultados que luego trasladaban boleto a
boleto. Al avanzar los años sesenta y setenta ya se fueron produciendo toda la
amplia serie de cambios que han transformado estas apuestas, ya informatizadas
y con boletos simples o múltiples a la forma actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
AQUÍ PUEDES COMENTAR LO QUE DESEES SOBRE ESTE CAPÍTULO O ESTE LIBRO
El autor agradece los comentarios