CAPÍTULO 51
SILBAR
Otra de las costumbres muy arraigadas entre
las gentes de nuestra generación era el
silbar. Así como suena, silbar. Entre los hombres de todas las edades, de
pueblos y ciudades, estaba muy extendida esta acción de expulsar aire, vocalmente,
provocando sonidos generalmente musicales. Hacerlo bien o mal, con fuerza o
medio gas, entonando o no eso era ya otra cuestión. Se necesitaban, aparte de
pericia y práctica, dominar la técnica labial y tener buenos pulmones. Pero
muchos españolitos de a pie gustaban de practicar el silbido. Y los niños,
oyendo a los adultos, se esforzaban desde pequeñines en lograr emitir esos
mismos sonidos.
Al igual que el canto callejero, silbar por la
calle era más de oficio manual que de oficinista, por poner dos ejemplos. El
albañil en la obra, el carpintero en su taller, el fontanero con sus tuberías
eran más proclives a esto que un taxista o un administrativo entre sus papeles.
Aunque de todo había, por supuesto. Los chicos jóvenes, quizás por imitación,
también solían silbar bastante.
Esta práctica se asociaba comúnmente a la
música, a interpretar una canción o una melodía. Con más o menos acierto y
aproximación al modelo original a
imitar. Los había muy buenos, capaces de reproducir con sus silbidos los
sonidos de la trompeta o el tambor, la
guitarra o el piano, el saxo o la batería. Se podía asistir a verdaderos
conciertos. Pero estos eran los menos. Los más eran aproximaciones chapuceras a
canciones populares, difícilmente reconocibles.
También surgía el silbido para otras
cuestiones. Para llamar la atención o reclamarla de un amigo o conocido que
pasaba distante o distraído y para abuchear al árbitro en un partido de fútbol.
No obstante, para esta última función no se llegaba a la cantidad, variedad y
potencia en decibelios que existe ahora en las manifestaciones deportivas. En
esto se ha ido a más. Y me falta por citar
uno de los usos más recurridos del silbido entre mis compatriotas de los
cuarenta a los sesenta: el dirigido a
una mujer. Una de las variantes del piropo, del que trato en otro lugar, era el
silbido. Se dedicaba una variante concreta de éste para esa función. El macho hispánico surgía en estas
ocasiones, al paso de una mujer y le mostraba su admiración mediante un
prolongado silbido que siempre ha sido considerado como un requiebro o como una
llamada de atención – de aquí estoy yo,
gachi – al paso de la dama. Eran tiempos en que no se hablaba ni se pensaba
demasiado en términos machistas y feministas.
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