miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO 60
LA MAQUINITA PARA HACER CIGARROS

Siguiendo con el tema del tabaco, los fumadores más empedernidos eran aquellos que no solamente se fumaban varias cajetillas de aquel  tabaco para hombres de pelo en pecho, sino que no se daban tregua alguna entre cigarro y cigarro. En su afán de no tener jamás la boca sin su cigarrillo colgando, encendían cada uno de estos con el que se terminaba. Así no había pausa alguna y su sistema nervioso se apagaba de continuo con la nicotina que llegaba a su organismo. Estos fumadores, que hoy en día designaríamos como compulsivos, consumían ingentes cantidades de cajetillas, amén de su correspondiente papel de fumar, medido por librillos, y cajas de cerillas o mecheros. Sobre estos últimos artilugios, los mecheros, podríamos escribir bastante pero como han llegado hasta la actualidad, no son tan novedosos como el citado papel de fumar y, sobre todo, las maquinitas para fabricar los cigarros.

Un buen día, mi padre, que ya he dicho era por aquellos años empedernido fumador, se presentó en casa con una caja que portaba cuidadosamente. Le rodeamos de inmediato pensando en que aquello podría ser un juguete para nosotros. Pero enseguida, al desenvolverlo nos aclaró que se trataba de una maquinita para hacer cigarros que acababa de comprar. Debía de ser el no va más del mercado de los fumadores, pensamos sorprendidos. Hasta ese momento, cada fumador debía inexorablemente liar sus propios cigarros antes de proceder a fumárselos. Y esto requería su tiempo, ya que debía de sacar una hojita de papel de fumar, extrayéndola del librillo, abrirla entre los dedos, sacar tabaco de la tabaquera y echarlo en el papel de fumar, procurando no dejar caer nada al suelo, envolver el tabaco minuciosamente con la hoja del papel, pegarlo pasando la lengua por todo el borde del papel, darle unos toques con la mano para que tuviese la clásica forma cilíndrica lo más perfecta posible, llevarlo a la boca y encender el cigarro con una cerilla o con el mechero.

Obviamente toda esta prolija operación llevaba su tiempo, máxime si se quería hacer un cigarrillo digno de tal nombre. Y muchos fumadores se lamentaban internamente de tanto tiempo perdido entre cigarro y cigarro. Me refiero a los citados compulsivos. Por eso cuando en la prensa salió el anuncio de la maquinita de marras, capaz de hacer cigarros en cantidad y a gran velocidad, estos fumadores se entusiasmaron y fueron corriendo a comprarla. Así llegó este artilugio a mi casa.


Con curiosidad infantil vimos como mi padre fabricaba aquellos cigarrillos. Se echaba el tabaco en una pequeña tolva, se colocaba el papel de fumar en su sitio y se daba a la manivela. Al instante iban cayendo cigarrillos ya elaborados. No recuerdo ahora si pegados o no. El caso es que salían perfectamente elaborados y con mucha rapidez. El invento tuvo dos consecuencias inmediatas. La primera fue que el fumador aumentó de esta forma el número diario de cigarrillos de su dosis, al no perder el tiempo intermedio. Además le salían más baratos y no tenía que ir continuamente al estanco a comprar más. Pero de otra, le di bastantes vueltas a aquella manivela de la máquina, entretenido, fabricando pitillos para mi padre. En todo caso e ignoro ahora el por qué, el invento duró poco y pronto volvió el fumador a sus cajetillas tradicionales de los celtas o los ducados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

AQUÍ PUEDES COMENTAR LO QUE DESEES SOBRE ESTE CAPÍTULO O ESTE LIBRO

El autor agradece los comentarios